miércoles, 26 de mayo de 2010

Revista El Federal 200 años

Les recomiendo que lean El Federal 200 años, un país, un libro de oro, realmente una publicación bien hecha, en el que he tenido el honor de colaborar con un artículo sobre las heroínas de la patria.

No se lo pierdan.

Exposición del Bicentenario en el Museo Arturo Jauretche - Fotos

Estimados amigos: 

Es un hecho la Exposición del Bicentenario "Sentir la Patria - la historia en historietas", efectuado en el Museo Arturo Jauretche. 

Este 20 de mayo pasado tuvo lugar la inauguración que realmente fue espectacular y contó con la presencia de las autoridades del Museo, Ing. Agustín San Martín, el señor Rubén Stella, Director de Políticas Culturales del Banco Provincia, y los colaboradores del Museo, el señor Alberto DeSanto y la señorita Paola.

Los artistas (dibujantes e ilustradores) que se hicieron presentes fueron Miguel Castro Rodríguez, Martha Barnes, Sergio Ibáñez, Enrique Dicierbi, Mario Schiraldi, Adrián Ruano, Eric Frattini, y el presidente de la Fundación Soldados, Cnel. Gustavo Tamaño.


Fue una noche espectacular y como no podía ser menos, tratándose de la Fiesta de Mayo, hubo empanadas y vino para celebrar.







Les deseo que lo puedan visitar porque realmente es una recorrida por nuestra historia de la mano de los historietistas nacionales que realmente sienten la Patria.


 Corte de cinta y apertura de la Exposición.





Mario Schiraldi e ilustración de su autoría.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Crítica del libro "El joven San Martín"

A continuación, una revisión de mi libro, publicado el blog de Luis Bordis,


El Joven José de San Martín

escanear0001Sobre el talento de Armando Fernández ya hable en la entrada a este blog sobre Batallas Argentinas Volumen 1 y aquí solo haría una reiteración de elogios sobre su habilidad narrativa.
Esta breve historia – yo diría novela – nos narra la juventud de José de San Martín la cual fue muy agitada militarmente, donde lucho con contra los moros, los ingleses y los franceses, en el desierto, el mar y en territorio español.
La dinámica de la redacción es ideal para escolares primarios y muy útil para secundarios como lectura previa para comprender al José de San Martin de los libros de Historia.
Cada capítulo es acompañado por una ilustración realizada por Néstor Olivera.
Al finalizar la obra Fernández nos obsequia una muy completa cronología de la juventud del General San Martín desde 1775 a 1812.
Esta obra es también interesante para un publico adulto ya que forma muy amena conoceremos interesantes pormenores de la vida del Libertador, como cuando fue prisionero ingles o como se destaco como estratega a temprana edad, un hombre que libro junto a otros la guerra por nuestra emancipación pero que forjo su temple en las guerras napoleónicas, la guerra más grande conocida en esos días.   

Exposición del Bicentenario

Amigos, quedan todos invitados a la exposición del Bicentenario de historieta y militaria "Sentir la Patria, la Historia en Historieta", que tendrá lugar desde el 21 de mayo al 10 de junio en el Museo Arturo Jauretche, Sarmiento 364, Ciudad Autonóma de Buenos Aires, con entrada libre y gratuita.

Además de las historietas, allí se podrán apreciar uniformes históricos del Ejército, soldaditos de plomo, militaria, infografías.

Espero que la pasen muy bien



Ilustración: Martha Barnes. Color: Gonzalo Bravo.

martes, 11 de mayo de 2010

Héroes de Malvinas



Amigos:

Quiero contarles que por razones de trabajo fui a la Guarnición Militar Mar del Plata, donde se conmemoró el 28 aniversario del bautismo de fuego de nuestra artillería antiaérea (1 de mayo de 1982, en Malvinas).

Fue emocionante ver a tanto veterano de guerra junto y volver a escuchar el estampido de esos cañones que defendieron los cielos de la Patria.



200 años de la creación del Ejército Argentino

Estampilla conmemorativa, emitida por el Correo Argentino.

Y sigue la ciencia ficción

Está en venta la edición número 31 de Aventurama, a esta horas, un clásico de la ciencia ficción nacional.

Mi contribución es la historia de tapa "Nibla, un amor de otro mundo" y a pedido del editor y por la índole romántico-fantástica del relato, debí utilizar uno de los seudónimos con que firmé muchas historias en la legendaria Intervalo de Editorial Columba

El Regreso de Nahuel Puma en Comic.ar

Está en todos los kioskos el número 10 de Comic.ar y con esa edición el regreso de Nahuel Puma y sus amigos. Es un número de colección porque aquí termina la primera parte de la serie. Nahuel va a "saltearse" un número y en la edición número 12 volverá con todo.

Les anticipo a ustedes, amigos lectores, que la segunda parte será simplemente atrapante y los hará desear que llegue lo más pronto posible la continuación de este joven heredero del legendario Eternauta. Las ilustraciones del maestro Sergio Ibáñez son, como siempre, de primer nivel.


martes, 4 de mayo de 2010

Cuento: Estación Suburbana


La pequeña y sucia estación suburbana apareció ante los ojos de Ireneo Moyano con las últimas luces del día.
Percibió el entrechocar de vagones del tren que, aminorando paulatinamente la marcha, llegaba a detenerse finalmente. Una mujer gorda que estaba sentada frente a él se levantó, cruzó el pasillo y descendió. Había pocos pasajeros en el vagón.
Moyano examinó los asientos rotos, escritos, desgajados. Miró el suelo y vio una ostentosa y oscura cucaracha reluciente que cruzaba muy oronda el pasillo. Se preguntó vagamente qué haría esa cucaracha ahí.
"Vivir"-Se respondió, “todos los seres hacen eso”. Hasta gente como el propio Moyano. En eso la cucaracha y él no se diferenciaban mucho, tampoco en el hecho de que algún inadvertido pasajero podía pisarla y convertirla en puré.
A Moyano también podían "pisarlo", aunque no exactamente en el sentido literal. Dio otro vistazo distraído al periódico que yacía sobre sus rodillas. Nuevamente el titular en negras letras atrapó su atención:
"Asesinan a Alfonso Borghi".
Sonrió para sus adentros. El conocía esa primicia antes que cualquier diario, incluso antes que la policía y antes que el portero, que según decían, había descubierto el cadáver de Borghi navegando en los mares de su propia sangre.
Los macabros detalles mencionados en la nota policial, hablaban de que parte de la masa encefálica de la víctima había quedado estampada contra la pared.
Moyano sabía que no exageraban en lo más mínimo...
Una calibre cuarenta y cinco hace estragos. Le había volado la cabeza a ese grandísimo hijo de puta y ahora la muerte de Borghi estaba en los diarios, los noticiarios de la televisión y la radio.


Es que Borghi era un tipo importante. Estaba metido en la política, en el mundo empresarial y era habitual de la noche porteña. Las mejores hembras de la noche se lo disputaban. Tenía pinta de galán y una billetera que parecía una cornucopia (el cuerno de la abundancia) porque no acababa nunca de tirar guita.
Bueno, ya no lucía como un galán. Ahora era un guiñapo ensangrentado, con una etiqueta colgando del dedo de su pie derecho, acostado en una bandeja de la morgue judicial. “No hay caso”, reflexionaba Moyano. “El hombre está destinado fatalmente a ser comida de gusanos. Víene de la nada y vuelve a la nada. Puede farolear esos "cuatro días locos" que, alguien en alguna parte le concede, pero cuando el piolín se corta... adiós, muchachos”.


Moyano consultó el reloj. Las siete y diez y la negrura nocturna ganaba espacio con rapidez. Cayó en la cuenta que el tren no había vuelto a reiniciar la marcha y vio que algunos de los pocos pasajeros dialogaban entre sí comentando la demora.
Miró por la ventanilla y súbitamente le pareció estar en un sitio conocido. Sabía que no era así, que nunca se había apeado en esa estación, pero el sitio le recordaba algún lugar de su infancia.
Porque los asesinos también alguna vez tuvieron infancia. ¿O alguien se cree que nacieron con un arma en la mano y que en vez de pedir la teta pidieron "la bolsa o la vída"?
Súbitamente Moyano experimentó una sensación agradable. La plataforma semivacía de la vieja estación suburbana no le pareció tan lóbrega, tan inhóspita...
Tal vez era que estaba cansado de escapar. Y eso que hacía menos de veinticuatro horas que escapaba.
Cerró los ojos, un gusto agrio le subió a la boca. Buscó un cigarrillo y al no encontrar el paquete recordó que lo había estrujado un rato antes y tirado por la ventanilla, ya vacío. La necesidad de fumar lo aguijoneó. El hombre siempre es esclavo de algún vicio. El juego, el alcohol, la droga, el "faso", las minas. Moyano no estaba seguro de si esto último fuera un vicio pero si lo era, bienvenido.
Entonces descubrió el pequeño quiosco abierto, encendido como una luciérnaga en la semioscuridad de la estación. Seguro que ahí había cigarrillos. Se levantó y el periódico se cayó al piso. No se molestó en recogerlo. Fue hasta la salida del vagón y descendió. Cuando sus pies pisaron el pequeño andén, Moyano escuchó el pitazo del guardia y el ronco rugir de la máquina diésel que se preparaba a reanudar camino.
Le agarró como un cansancio... ¡Que se fuera a la mierda ese maldito tren! Y se quedó parado, mientras el convoy comenzaba a moverse como un entrecortado gusano, hacía la noche salpicada de luces que esperaba más allá.
Se quedó mirando, hasta que el tren se perdió tras un recodo.
El quiosquero comenzaba a cerrar su pequeño boliche y Moyano llegó hasta él.
- Negros con filtro -Pidió y extendió un billete.
Después, Moyano fue y tomó asiento en uno de los bancos de la estación. Rasgó el paquete y se llevó a los labios un cigarrillo. Lo encendió con placer. Un pequeño placer que podía darse y que obviamente contribuiría a echar más nicotina a sus castigados pulmones.
Fumó en pitadas largas contemplando lo que le rodeaba. El anciano del quiosco se marchaba cansinamente por el andén, rumbo a la barrera. Moyano no tenía prisa.
De golpe se le ocurrió pensar que seguir corriendo era una tontería.
Se sintió como un hámster que había visto en una veterinaria hacía poco, disparando dentro de una jaulita circular que giraba y giraba como una pequeña vuelta al mundo. No iba a ser tan pelotudo como ese ratoncito de largos mostachos que corría y corría despavorido para no llegar a ninguna parte... ¡Qué joder!
Un hombre solo, sentado en la silenciosa quietud de una estación suburbana, fumando un cigarrillo. Invisible para el mundo.
¿Acaso no era la mejor manera de escapar?
Quedarse quieto. No moverse, mostrarse aburrido y apacible. Interpretar el papel de un tipo común, quizás un desempleado, un solitario y no el del asesino por encargo que realmente era.
Borghi no era el primer tipo que había envíado a la "platea alta", probablemente tampoco sería el último. Lo relativo a su oficio era sencillo: Si alguién le tenía bronca a otro por los motivos más variados, lo quería traicionar y asegurarse de no tener represalias, quería vengarse o lo que fuera. Si lograban conectarse con Moyano y pagar el precio requerido, podían dormir tranquilos...
La conciencia de los asesinos es una sustancia adormecida, vaga, sin importancia. Generalmente el asesino no tiene el concepto lógico de humanidad del resto de la gente común. Si no, no sería un asesino, no podría dispararle a la cabeza, acuchillar o estrangular a alguien. No podría meter un cadáver en un pozo con cal viva e irse tranquilo a encamarse con una mujer o cualquier otra actividad normal...
La conciencia de Moyano era eso, una entidad amorfa, inexistente, arrinconada en un rinconcito del alma. A su modo era un monstruo y tal vez estaba vagamente orgulloso de eso.
De lo que sí estaba realmente orgulloso, era de ser un profesional. Cobraba bien pero no fallaba y nunca se ataba a nadie. Era como esos lobos solitarios que se apartan de la manada, porque secretamente desprecian al resto de sus congéneres.
Apareció un chico. Tenía las zapatillas rotas y mirada huidiza. Un hijo de nadie. ¿Dónde estarían los padres de aquel pibe?
Moyano imaginó a un tipo en curda y alguna pobre mujer cargada de hijos, dentro de una casilla de chapas. No le fue difícil imaginarlo. Así había sido su infancia. Las borracheras de su viejo y las palizas que su pobre madre se comía.
Y la furia y el rencor creciendo, como una plantita agazapada en el carozo de su infancia triste y miserable.
Y aquella vez que pretendió defender a su pobre vieja de la paliza habitual del ebrio y su progenitor le rompió el tabique nasal de una trompada. Le había quedado nariz de boxeador, ancha, bulbosa. Viendo venir al pibe, se reconoció en él.
 Moyano pibe, solía vagar por las estaciones suburbanas, robando a los borrachos o aprovechando el descuido de alguno para arrebatarle el bolso y salir rajando...
Como salió rajando aquella noche de la casilla en que vivía con sus cuatro hermanitos para no volver nunca más. Bueno, eso no era totalmente cierto. Volvíó una vez... cuando tenía diecisiete años y acababa de salir de un correccional...
Volvió para encontrar al viejo más viejo y más borracho que nunca.
No había nadie en la casilla. Ni su madre ni sus hermanos. Un vecino le dijo que hacía unos meses que su viejo vivía solo.
El viejo roncaba como un cerdo, eructando vino barato entre sueños y la covacha apestaba como siempre. Ahí lo tenía indefenso, a su merced. Descubrió un bidón con querosene y casi sin pensarlo roció aquel cuerpo sudoroso, que respiraba entrecortadamente en la lobreguez de la casucha.
Sacó el paquete de fósforos de su bolsillo y tomó uno de los palillos. Un solo chispazo, una llamarada y su viejo iba a entrar en el infierno con todos los honores.
Nunca supo bien qué lo detuvo...
Tiró la caja de fósforos, la pisoteó con furia en el suelo de tierra y se fue, puteando.
Ese, estaba seguro, fue el último acto de piedad que tuvo para con la especie humana...
-¿Me da una moneda, don?
El chico tenía un moco que le salía de la nariz y que bajaba y subía cuando el órgano nasal inspiraba. Era un moco amarillento, como pus.
Moyano lo vio claramente a la luz mortecina que iluminaba el andén.
También tenía dientes de conejo, largos, incisivos... como los de una pequeña rata al acecho.
Moyano metió su mano en el saco, extrajo la billetera y le alcanzó un billete de cien pesos. El pibe lo miró maravillado y después parpadeó.
Es que también había advertido la soberbia cuarenta y cinco calzada en su sobaquera, aguardando, fría, metálica y lustrosa.
-Tomá... -Le dijo Moyano.
No sabía bien por qué hacía lo que hacía. No sabía por qué estaba sentado en esa estación suburbana y mugrienta; ni por qué le daba lo que le daba, a ese pibe rotoso, hambriento y vagabundo.
A lo mejor; porque muy en el fondo de su alma, todavía le quedaba un poquito de misericordia.
A lo mejor; porque no se lo estaba dando a ese pibe. A lo mejor se lo estaba dando a él mismo, a su infancia pasada, también hambrienta y miserable, plagada de golpes y llantos maternos.
El pibe le manoteó los cien y se fue rapidito, como una sombrita veloz hacia la oscuridad al final del andén.
Otro tren venía en sentido contrario. Un terrible gusano oscuro, rugiente y salpicado de luces. Se detuvo rechinando como un toro furioso un minuto en la estación, algunos descendieron y el tren siguió camino. El pitazo perforó los oídos de Moyano que encendió un segundo cigarrillo.
Ahora se estaba levantando un poco de frío, pero Moyano sentía la tibieza del banco de madera y la sensación de estar en un sitio agradable lo seguía manteniendo allí.
Se estaba poniendo viejo, pensó.
Tenía cuarenta y dos y se sentía viejo. Un verdugo envejece más rápido que la gente normal. En las muertes que ejecuta percibe, como ninguno, que su propia vida se achica. Nadie mejor que un verdugo comprende lo breve y fútil de la existencia.
No tenía hambre, ni sueño ni nada. Quería estar solo sentado en el limbo de esa estación suburbana, cuyo nombre ni se había molestado en averiguar.
No sabía por qué pero estar allí, era como si recuperara un poquitito de su infancia, esa infancia en la que no había nada bueno para recordar, a excepción del rostro de su madre.
Moyano descubrió en esos instantes que siempre le habían le había gustado las estaciones. Esos lugares en que la gente siempre está de paso. En las que nadie se detiene demasiado, a excepción de los vagabundos sin hogar que duermen transitoriamente en ellas.
Es que Moyano también era un vagabundo sin hogar.
Un tipo que no había echado raíces ni se había ligado a ninguna mujer. Para esas cosas hay que sentir amor y Moyano podía sentir hambre, ganas de defecar, de coger, de fumar... pero de amor, ni noticias.
No le había regalado cien mangos (¡cien mangos!) a ese pibe por amor. No, nada de eso. No sabía bien por qué lo había hecho, pero estaba seguro de que no era por amor.
"Esta noche la voy a pasar sentado en este banco", pensó. “Mientras la cana y los socios de Borghi buscan y requetebuscan a quien lo despachó, yo voy a estar aquí, sentado como un croto". El pensamiento le hizo reírse suavemente como si se tratara del mejor chiste del mundo.
Esa estación suburbana se le antojaba el perfecto lugar para pasar oculto y desapercibido al resto del mundo.
Y entonces, algo le hizo naufragar la sonrisa.
Dos policías venían por el andén. Y no venían solos...
Traían al pibe del brazo. Moyano sintió que se le secaba la lengua y los músculos se le tensaban, como cuerdas de violín.
El tigre que habitaba dentro de él acababa de despertar. La fiera olía el peligro.
¿Por qué traían al pibito del brazo y venían directo hasta él?
Optó por hacerse el distraído. Podía ser perfectamente un pasajero que esperaba el próximo  tren. Los canas pasarían a su lado, llevando detenido al pibe y todo seguiría en paz.
Pero los dos uniformados se detuvieron ante él.
- Buenas noches, señor -Dijo uno que tenía bigotes y jinetas de sargento mientras el otro no soltaba al pibe.
- Buenas noches -Replicó suavemente Moyano.
- Atrapamos a este pendejo a la salida del andén... Le revisamos los bolsillos y le encontramos cien pesos. El dice que usted se los dio... ¿Es eso cierto?
El sargento lo miraba con ojos extraños. Moyano estaba bien vestido e inspiraba cierto respeto.
Los ojos del pibe despavoridos, se cruzaron con los de Moyano. Había todo un mundo de terror en ellos...
Moyano reflexionó un instante. No le podía decir que sí a los canas... La siguiente y lógica pregunta sería "¿Por qué le dio ese dinero al chico?" o "¿De dónde sacó ese dinero?".
- No, sargento. Claro que no... -Murmuró.
- Ya sabía yo... Y vos, mocoso... ahora vas derechito al juez de menores... -El pibe largó un gemido cuando el otro uniformado le clavó los dedos en el brazo.
- ¡Él tiene un arma! -Gritó el pibe.
No podía comprender los motivos de Moyano y devolvía su traición. Pagaba su mentira con una verdad.
- ¿Qué decís...? -Preguntó el sargento.
- ¡Este coso es un mentiroso! ¡Me dio la guita y tiene un arma! -Volvió a gritar el pibe.
El sargento giró hacia Moyano.
- Sus documentos, por favor... -Dijo secamente.
Moyano metió la mano dentro del saco. Pero ya estaba jugado. No sacó la billetera. En cambio, la cuarenta y cinco brotó bajo la luz del andén, como una prolongación de su mano.
Disparó a quemarropa sobre el sargento y lo vio caer con una expresión de sorpresa. El chico dio un grito, mientras el otro uniformado extraía su reglamentaria.
Moyano cambió el ángulo de tiro para acribillarlo y en ese instante el pibe se cruzó ante la boca de su arma. Moyano vio los ojos dilatados de terror de la criatura...
Y no gatilló, porque habría reventado al chico de hacerlo.
El que sí disparó fue el segundo policía y Moyano sintió el impacto quemante del proyectil en su cuello. Un remolino de sangre saltó como surgente mientras trastabillaba y caía.
Un segundo disparo lo alcanzó en el hombro, pero para ese entonces, ya estaba terminado...


El uniformado auxiliaba a su compañero y el pibe lloraba de puro miedo. Moyano, tendido en un lago de sangre hizo esfuerzos por decir algo... y no pudo.
Tuvo un último, fugaz pensamiento...
¡Que mal negocio era tener piedad...!
Pero no podía disparar contra ese pibe... hacerlo era disparar contra sí mismo, contra su infancia desventurada.
Se murió enseguida y el solitario andén suburbano se llenó pronto de gente, de policías, médicos y enfermeros, el silencio nocturno se astilló con el alarido de las sirenas.
Después de todo, los verdugos también mueren.

Ilustraciones Castro Rodríguez

(c) Armando Fernández

Cuento: El Mensajero de las Estrellas


La mirilla  se corrió y los dos médicos miraron hacía el interior de la celda acolchada. Dándoles la espalda estaba sentado un hombre que miraba la pared con expresión vacía, falta de vida. El doctor Smith hizo una seña al enfermero y éste abrió la puerta de la celda. Los dos médicos entraron, pero el hombre que estaba sentado contemplando fijamente la pared acolchada no pareció haberlos escuchado. Smith miró la cartilla y recitó:
- Sujeto: Piloto de espacionave Frank Gibbons, edad 37 años, soltero. Sexo masculino. Legajo número 5.699.3334.
-¿Qué tiene de particular este interno?- preguntó el doctor Kane. Kane era un recién llegado al Centro Neuropsiquiatrico de Nova Scotia y Smith lo estaba interiorizando de los diferentes casos de desorden mental que estaban en aquella área restringida del instituto.
-Diría que su locura es muy bella, Kane.
-¿Bella? ¿Delira hablando de angelitos o algo así?
-Algo así- comentó Smith.
Kane fue y tocó el hombro del interno y éste, con algo de muñeco, con un movimiento rígido, volvió la cabeza. Entonces Kane tuvo, sin poder evitarlo, un primer escalofrío.
-Pero…este hombre es ciego.
Los ojos increíblemente  azules del piloto lo miraban desde una eternidad galáctica.
-Así es y según el informe de sus compañeros, una luz potentísima lo dejó ciego para siempre.
- Un demente ciego. Es extraño que lo tengan alojado aquí. Debe ser altamente peligroso para que lo hayan puesto en esta celda. Diría que es casi inhumano.
-Es peligroso…para él mismo, por lo menos. Mire- Smith tomó la mano del paciente. Había cicatrices profundas en su muñeca. Kane se mordió los labios.
El hombre ciego sonrió.
-Hola, doctor Smith. ¿Quién es su compañero?
-El doctor Kane, nuevo aquí. Le he hablado de ti, Frank.
-Mucho gusto, doctor- Gibbons tendió su mano en el aire y Kane se la estrechó.
-Debemos seguir recorriendo el área, Frank. Después volveremos.
Salieron de la celda acolchada y tras ellos, el enfermero cerró con llave.
-¿Cuál es la historia, Smith?
-Se la contaré a la tarde, mientras tomamos un café.



Fue Della Trent, la navegante del crucero de patrulla Cisne 4-289 la que lo advirtió primero en el radar. Y sus ojos se desorbitaron.
-Vengan aquí- dijo.
El teniente Frank Gibbons,  y Luke Perry, el comandante, se acercaron. El Cisne estaba patrullando en la órbita de Plutón,  al borde mismo del sistema solar. Más allá se extendía el espacio profundo, en el que las naves de la Federación tenían prohibido penetrar. Más allá se alzaba lo inexplorado y se decía que las leyes de la física no obedecían totalmente a lo que era habitual y conocido por los humanos.
Gibbons y Perry se quedaron  perplejos por lo que marcaba la pantalla del radar. AQUELLO no era un carguero espacial, o sea el tipo de nave más grande construida en la tierra o en los planetas de la Federación.
-Rayos…algo tiene que funcionar mal en el radar. No puede ser tan GRANDE.
Della Trent dio un  vistazo a los instrumentos.
-Todo funciona perfectamente, comandante.
Gibbons dio un silbido.
-Está en el límite del espacio exterior, comandante.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que está en nuestra área de patrulla, que es una nave desconocida, que es …INMENSA. Y que seguramente proviene del ultraespacio, que está más allá de Plutón… y sabe lo que eso significa.
-Alienígenas, extraterrestres.
-Eso mismo. Estamos en el año 2560 y hemos colonizado casi todo nuestro sistema solar. A excepción de vegetales y formas menores y paupérrimas de vida, no hemos encontrado existencias inteligentes. Nuestras naves de guerra, de turismo, de comercio, y de carga van y vienen, desde Venus a Plutón…pero si el radar no está fallando, esa nave que está pasando ahora por el límite de la órbita plutoniana, no ha sido construida por manos humanas.
- Vamos a interceptar a esos señores, quienes quieran que sean- ordenó Perry.



Tres horas de tiempo espacial después, estaban cerca de la nave desconocida. Ahora podían verla a simple vista. Y toda la tripulación del Cisne contuvo el aliento. La dotación de  quinientos doce tripulantes, que albergaba el crucero de batalla de la Federación, perdió el habla.
Ninguno de ellos había visto jamás algo así. La nave desconocida era descomunal, titánica.
-¿Qué civilización puede haber construido ESTO?
Admiraron las líneas, el diseño de aquella ciudad flotante (porque eso debía ser). Esa supernave seguramente rebosaría de vida inteligente extraterrestre. La respuesta al fin había llegado, la humanidad no estaba sola en el universo.
-Creo que si acelera, nos dejaría atrás en segundos. El Cisne está navegando a la máxima potencia de sus motores, comandante y no podremos mantener mucho tiempo esta velocidad de crucero- advirtió Della Trent.
Perry frunció el entrecejo.
-Y no han respondido a nuestros intentos de comunicación. Nos ignoran.
-Como un elefante a una cucaracha, señor.
Perry tomó una decisión.
-Intentaremos abordarla. Necesitaré tres voluntarios.
-Yo soy el primero- Gibbons alzó la mano.
-Y yo- dijo Della Trent.
-Ya tienen el tercero- murmuró una voz a sus espaldas. Era Baker, uno de los ingenieros de a bordo.
-Puede ser muy peligroso. Los alienígenas, ser agresivos.
-Es el descubrimiento del siglo, comandante. Nos convertiremos en celebridades. Voy a cobrar muy caro las entrevistas que dé a los periodistas- bromeó Gibbons.
-Colóquense los trajes espaciales. Lleven fusiles-láser. Buena suerte.
Unos minutos después, una pequeña nave-patrulla se desprendía del crucero y descontaba distancias navegando, con rumbo a aquella monstruosidad metálica que seguía atravesando lentamente la órbita exterior de Plutón.
-Sigan intentando comunicarse y tengan todos los cañones y misiles listos, para repeler cualquier ataque- ordenó Perry.
El crucero “Cisne” ya estaba listo para combatir, si era necesario, aunque las probabilidades de tal situación indicaban que las cosas no serían fáciles para la nave de la Federación Galáctica.
Perry se preguntó quiénes serían esos seres desconocidos, hacia dónde irían, cuál sería su misión. Preguntas, preguntas, preguntas. Y ninguna respuesta.
-Estamos por abordar, comandante- A través de la radio, le llegó la voz de Frank Gibbons.
-¿Tienen algún modo de penetrar?
-Acaba de abrirse una exclusa en la supernave. Vamos a entrar- volvió a decir Gibbons.
Perry percibió que una minúscula gota de sudor se le deslizaba por la sien.



La nave-patrulla, llegada desde el Cisne, quedo adosada a la exclusa recién abierta. Los tres tripulantes pisaron el interior de la monstruosa supernave desconocida. Llevaban listos los fusiles láser. Atravesaron un largo pasillo y llegaron a un salón.
No había nadie para recibirlos. Se oían zumbidos de maquinarias que trabajaban.
-Miren esto- dijo Baker, el ingeniero y señaló las luminosas y pulimentadas paredes.
-No entiendo a que te refieres- replicó Della.
-Las paredes de metal no tienen remaches. Es como si todo esto, hubiese sido construido en…-Aquí Baker vaciló- .En una sola pieza.
-Eso es imposible. Las naves se construyen por secciones, se ensamblan, se remachan, se sueldan- Ahora Gibbons y la muchacha descubrían, azorados, lo que les mostraba Baker.
La nave parecía estar fabricada efectivamente, en una sola pieza.
-Diablos. Si son capaces de haber construido este titán de metal, en una sola pieza, nos llevan dos millones de año de civilización por delante- Afirmó Baker.
Comenzaron  a marchar. Las salas eran enormes, grandiosas.
-Es como estar…
-En una gran catedral- Completó Della.
-Eso mismo. Los tripulantes deben ser tipos gigantescos. Y cuando aparezcan, seguramente nos pisarán como a insectos.
Y siguieron marchando y marchando y era como estar dentro de una enorme ciudad desconocida que estuviera desprovista de habitantes. Sólo encontraban a su paso, miles de complejos sistemas automáticos que funcionaban, emitiendo distintos silbidos y otros sonidos similares. A cada tanto, se comunicaban con el crucero Cisne . Pero, a la media hora de estar marchando, Baker dio un resoplido y se detuvo.
-Esta nave debe tener tanta longitud como un cuarto de superficie de Plutón. Caminamos, caminamos y cada vez nos alejamos más. Diablos, no sé que pensar. Podría ser una nave completamente automatizada, algo así como una sonda exploradora.
-No lo creo. Tiene que haber tripulantes.
-Quizás una peste los mató a todos.
-¿Y donde están los cuerpos? Y lo más significativo de todo, nuestros sensores no registran la presencia de vida orgánica.
-Una supernave automatizada, se los dije- Se ufanó Baker, que seguía maravillado por el descubrimiento de que la nave, aparentemente, había sido construida en una sola pieza, ya que no existían rastros de remaches ni junturas por ninguna parte. Ahora habían llegado a una inmensa sala abovedada y la sensación de sentirse minúsculos y desvalidos, era casi aterradora.
-Si no han encontrado nada, regresen- La orden de Perry les llegó por radio desde el Cisne.
-Pero, comandante…aún podemos seguir buscando- Protestó Gibbons.
-Registramos un cambio en la velocidad de la supernave. Está acelerando lentamente- Replicó Perry.
-¡Vámonos de aquí! ¡Si aceleran, nos llevarán con ellos quien sabe a donde!- La voz de Della Trent se convirtió en un chillido histérico.
-Tienen razón, regresemos a la nave patrulla y…



Gibbons nunca llegó a terminar la frase. De pronto ante ellos, desde el techo abovedado de la ciclópea sala en donde estaban, se encendió un potente haz de luz. Era un torrente de partículas lumínicas que los deslumbró. Muchas luces y maravillas del cosmos habían visto los astronautas en años de servicio, pero nada como esto. La luz caía en un círculo perfecto, bañando el piso, muy cerca de donde estaban. Fluctuaba y estaba conformada por prismas de colores de increíble belleza. Gibbons se quedó fascinado, mirándola.
Della Trent lo tironeó del brazo.
-¡Vámonos!
Pero Gibbons no le hizo caso y caminó hacía el chorro de luz. Su expresión era fascinada, maravillada.
-¡Sal de ahí, maldito idiota!- Gritó Baker.
Gibbons detuvo sus pasos. Estaba en el centro de la luz. Alzó los ojos hacía las alturas y quedó allí, estupidizado,  como en éxtasis, envuelto por esa maravillosa luz que parecía provenir desde el más remoto rincón de universo. Una luz eterna, inapagable.
Baker y Della Trent no sabían que hacer. La voz del comandante Perry se oyó nuevamente por la radio, urgiéndolos.
-¡Salgan de ahí, rápido!
Baker y Trent entraron en el sector bañado por la fantástica luz y a tirones y empellones, sacaron a Gibbons de allí.



-Interesante relato, doctor Smith.
-Todo lo que le conté, ha sido corroborado por los otros tripulantes del crucero Cisne. A dura apenas lograron abordar la nave de patrulla y regresar a la nave de la Federación.  Gibbons ya estaba ciego. La exposición a esa misteriosa luz afectó para siempre sus retinas-
-¿Y la gran supernave?
-Comenzó a acelerar y poco después dejó atrás al Cisne. Se alejó de la órbita de Plutón y desapareció tragada por el espacio profundo.
-¿Nunca más volvió a saberse de ella?
-No. La Federación  colocó una línea de cruceros de batalla que, desde ese incidente, patrullan constantemente la órbita de Plutón. Ahora sabemos que los alienígenas existen y que un día pueden volver. Si resultan agresivos, vamos a tener muchos problemas. La raza que ha sido capaz de construir una nave así, podría conquistarnos y esclavizarnos…
-¿Se tiene idea de qué tipo de misión ejecutaban los alienígenas?
-Ninguna. No ha podido saberse ni quiénes eran, ni qué pretendían.
Kane dejó el pocillo de café a un lado.
-Es una historia muy rara. Supongo que los tres tripulantes fueron exhaustivamente interrogados por las autoridades.
-Por supuesto. Pero los otros dos, abandonaron poco después el servicio en la Flota de la Federación. Della Trent se enclaustró en un monasterio del Tibet Y Baker, el ingeniero,se convirtió en cabeza de una organización religiosa.
-¿Y Gibbons? No me lo diga, terminó en este neuropsiquiátrico.
Smith sonrió y se incorporó.
-Si quiere escuchar el final de la historia, Gibbons le contará lo que le sucedió…o lo que él cree que le sucedió cuando quedó bajo aquella luz.
-No me lo perdería por nada del mundo.
-Vamos, entonces.



El hombre ciego sonrió.
-El doctor Kane quiere escuchar tu relato. ¿Te molestaría repetirlo?
-No. Claro que no. Orbitábamos en torno a Plutón, cuando…
-No, no. Esa parte no. Ya se la relaté yo. Sólo el preciso momento en que quedaste bajo esa extraña luz.
El semblante de Gibbons adquirió una expresión de suprema paz y alegría.
-Era la luz eterna que baña los mundos, la luz que barre las tinieblas del caos primigenio, la luz que es vida. Fue la última cosa que vieron mis ojos- Murmuró, embelesado.
Kane miró a Smith y éste, con un gesto, le indicó que guardara silencio.
-No era verdad que la supernave  estuviera completamente automatizada, que fuera una nave robot. No era verdad que no hubiera vida inteligente a bordo. La había. Lo supe cuando quedé bañado por aquella luz. Él me habló.
-¿El?
-El único tripulante de la supernave, el Mensajero de las Estrellas. El que habló a mi mente y me explicó que recorre los mundos, buscando encontrar vida racional. Que adopta las formas de cada raza provista de inteligencia, que visita. Que nace entre ellos y se convierte en uno de ellos. Y que les señala el camino de la paz, del equilibro del espíritu y la bondad eterna.
-Vaya, hablas de un líder espiritual.
-Si.
-Pues…vendría bien que alguna vez visite nuestro planeta Tierra. Hay muchos problemas que arreglar aquí. Guerras locales, peste, miseria, avaricia, crimen…
El ciego volvió a sonreír, pero esta vez con un dejo de amargura.
-Ya estuvo en la tierra, hace miles de años…
-¿Qué dices?-
-Y no tuvo suerte con nosotros. Aquí lo crucificaron.


Ilustraciones de Castro Rodríguez
(c) Armando Fernández