lunes, 28 de julio de 2008

Cuento infantil: Desde el país de las hadas

La tarde en que todo comenzó, Fabiana estaba haciendo los deberes de la escuela en su cuaderno. Era una fría y desapacible jornada de otoño y la niña encontraba más entretenido observar la caída de las amarillentas y marchitas hojas de los árboles.

En realidad, Fabiana era inteligente e imaginativa. El problema de sus seis años consistía en no saber poner freno a su imaginación, cosa que solía acarrearle no pocos problemas. Ya a los cuatro años hablaba con "amigos imaginarios" en su cuarto y sus padres tomaban estos asuntos con la benévola comprensión que los adultos que conceden a las fantasías infantiles.

Se sentía sola y anhelaba que la panza de su mamá se hinchara y que un hermanito llegara a este mundo para tener con quién jugar. Pero la cintura de su mamá seguía tan esbelta como siempre y la soledad de la niña de nuestro relato continuaba. Era cierto que tenía algunos amigos, compañeritos del colegio. Allí estaban Facundo, Luciano, Daniela, por nombrar algunos. Pero esto no bastaba para satisfacerla.

-Mami, ¿cuándo voy a tener un hermanito?- Solía preguntar cuando estaba en la mesa, durante la cena. Su mamá solía cambiar una mirada entristecida con su padre y replicaba:
-Ya vendrá, cuando Dios lo disponga.

Lo que Fabiana y sus pocos años ignoraban era que su mamá, después de tenerla a ella había quedado en malas condiciones para tener otro bebé. Como sabían que contarle esto era causarle una gran tristeza preferían evitar el tema. De todos modos, la pequeña algo presentía, algo que no podía definir. Con ese sexto sentido que tienen los niños pequeños y también lo animalitos sabía que algo no funcionaba bien, aunque no podía definir qué.

Volvamos a la tarde de aquel domingo en que todo comenzó. Su madre había salido a visitar a su hermana, la tía Rosa, quien vivía en el barrio de Boedo y su padre dormía la siesta en el dormitorio conyugal. Una primera gota se lluvia se estrelló contra el vidrio de la ventana y se derramó como una fina lágrima. Afuera, el viento agitó con furia la copa del añoso árbol que yacía en el jardín. Fabiana se incorporó de su asiento y acercándose a la ventana pegó su naricita contra el vidrio. Y entonces la vio. Sus ojos castaños se dilataron de asombro. Y no era para menos.

La pequeña hada agitaba furiosamente sus alitas luminosas y transparentes y su rostro expresaba angustia y desesperación. Al ver a la niña pegó su rostro al vidrio y por un instante ambas, niña y hada quedaronse mirando. El hada golpeó con sus puños el vidrio y súbitamente Fabiana comprendió que quería entrar. Tomó el pestillo de la ventana y la abrió. Una bocanada de aire frío penetró en la tibieza de su habitación y también el hada. Tras de ella, la niña cerró la ventana. Muy a tiempo. La lluvia comenzaba a caer con violencia.

El hada revoloteó por el interior de la habitación dejando tras sí un filo polvillo luminiscente. Fabiana observaba sus evoluciones, maravillada. Había visto, sí, hadas, gnomos y duendes pero en ilustraciones de libros infantiles, nunca un hada de verdad. Y ahora tenía uno de aquellos fantásticos seres en persona. El hada terminó de revolotear y se posó en puntas de pie sobre su cuaderno. Entonces Fabiana pudo verla bien. Era rubia y de rostro angelical. Su figura era larga y esbelta y las fulgurantes alitas ahora batían pausadamente. Entonces Fabiana descubrió que el ala izquierda estaba quebrada.

-Pobrecita.- Exclamó la niña. El hada temblaba de frío. Fabiana extendió su mano y el hada se posó sobre la palma de la mano de la niña. Entonces la chiquilla la llevó cerca de la estufa. Entonces el hada murmuró:
-Gracias, Fabi.

La aludida volvió a abrir los ojos muy grandes.

-¿Sabés mi nombre?
-Por supuesto. Las hadas sabemos inmediatamente todo de los niños humanos con quienes trabamos relación. Tienes seis años y te aburres soberanamente al hacer tus tareas escolares. Eres muy imaginativa y fantasiosa.
-¿Y vos como te llamás?
-Winnie.
-¿Y de donde venís?
-Del país de las hadas. Un reino que está en lo profundo de los bosques umbríos, pero en una dimensión distinta que la de los seres humanos. Allí habitan duendes, gnomos y otras criaturas menos agradables de mencionar...

-¿Cómo cuáles?
-Los "piskies", los "spriggan", los "brownie", los "boggart" y los más desagradables de todos, los "trolls".
-¿Trolls?
-Sí, ésos. Los peores de todos. Son los seres más elementales de la naturaleza. En los comienzos de la Creación eran gigantescos, pero su raza fue perdiendo estatura aunque no astucia y maldad. Antiguamente solían robar niños humanos y dejaban uno de sus vástagos en reemplazo.
-¿De veras hacían eso? Ay, qué asco.
-Hacían cosas peores que ni siquiera me atrevo a mencionar- Replicó Winnie con un suspiro.
-¿Qué pasó con tu ala?
-Un "troll" me estaba persiguiendo. Quería arrancarme las alas. Debes saber que si a un hada le quitan las alas, le roban el espíritu. Entonces su ser se diluye como humo y es borrada de la memoria de quienes la conocieron. Es como si nunca hubiese existido. Es peor que morir.
-Por eso tenías tanto miedo.
-Sí, por eso- Confesó el hada entristecida.
-Pobrecita. Le diré a mi papá que está durmiendo la siesta que llame a un médico para que te cure.
-Shhh. No hagas eso. Los humanos adultos no pueden ver a las hadas por la simple razón de que han perdido la inocencia primordial.
-Pero tienes el ala quebrada...
-El ala se regenerará sola. Necesito descansar. Ha sido extenuante cruzar la frontera que separa el país de las hadas del mundo de los humanos. Eso siempre agota. El calor de tu estufa me hace mucho bien, estaba perdida en el frío y la tormenta. Gracias nuevamente por abrirme esa ventana.
-¿De donde provienen las hadas?
-Sos curiosa, Fabi.
-Y... sí.
-Nacimos de las lágrimas de los ángeles. Las lágrimas que ellos derramaron cuando se enteraron que el Malo se había rebelado contra el Buen Señor del universo. Por eso somos básicamente buenas y puras, aunque en confianza te diré que también algo traviesas.
-Como los niños.
-Es cierto, no lo había pensado. Como los niños. Ésa debe ser la razón por la que a veces nos ven y podemos comunicamos con ellos. Tal vez los niños también nacen de las lágrimas de los ángeles.
-Quizás somos primos o algo así.


El hada emitió una risita de cristal y revoloteó en tomo a Fabiana. Después volvió a posarse sobre el cuaderno abierto.

-Ya sé cuanto te aburre hacer los deberes.

Su mano trazó un arco en el vacío y un polvo de estrellas cayó sobre las páginas del cuaderno. Fabiana se acercó y miró.

-Ohhh- Dijo. Y tenía razón en su exclamación de sorpresa por todos los deberes que debía realizar, ya estaban hechos. Y muy bien hechos. Al verlos, Fabiana imaginó la buena nota que traería a casa y la consiguiente alegría de sus padres.
-¿Cómo hiciste eso?
-Magia Magia sencilla, por supuesto. Tú me ayudaste y yo he querido agradecértelo. ¿Puedo quedarme a dormir aquí? Me da un poco de miedo regresar a mi país durante la noche. La noche es aliada de cosas funestas y enemiga de las hadas.
-¡Claro que puedes quedarte! ¡Vivaaa!


Pero entonces el hada cambió su gesto. Su sonrisa se trasmutó en una expresión de miedo. Fabiana miró en dirección de la ventana y también se asustó. ¡Un ser pequeño, contrahecho, de gorro verde y ojos fulgurantes estaba parado en el marco de la ventana! Sonreía con ferocidad dejando ver dientes afilados como los de un tiburón.

-¡El "troll"!- Gimió la desdichada hada comenzando a revolotear desesperadamente por la habitación. Al hacerlo, dejaba un fulgurante camino de luz por donde había pasado. Fabiana también tuvo miedo ante aquella visión. El troll extendió sus manos como garras mientras pegaba su rostro al vidrio de la ventana. Luego, súbitamente dio un salto y desapareció.
-Se... fue... - Murmuró la asustada Fabiana con un hilo de voz. El hada cesó en su desesperado revolotear.
-Volverá. Un “troll” nunca cesa en sus propósitos, especialmente si son arrebatarles las alas a un hada Estoy perdida.
-Pues no podrá entrar. Esta habitación está cerrada. Además puedo llamar a mi papá para que lo espante.
-No servirá, Fabi. Los “trolls”, al igual que los duendes, los gnomos y nosotras no pueden ser percibidos por los adultos humanos. Ya te lo dije. Oh, nunca volveré a ver a mis hermanas...

Fabiana enarcó las cejas.

-Ese bicho de porquería no va a hacerte daño. Estás en mi casa y sos mi amiga. ¿Qué cosa puede espantar a un “troll”?
Winnie, el hada, la miró perpleja
-¿Espantar a un “troll”? No hay nada que pueda espantar a un “troll”, puedes correrlo a escobazos, pero siempre volverá de una forma u otra.
-Piensa, piensa, Winnie. Debe haber algo que lo atemorice. Todos nos asustamos por algo, hasta los diablos.
-Bueno... sí, ahora que lo pienso hay algo. Mejor dicho alguien. Es al único ser que habita en el mundo de los humanos a los cuales los trolls tienen un temor invencible.
-Bien. ¿Qué es?
-Un gato. Los “trolls” temen a los gatos. ¿Tienes un gato aquí?


Winnie agitaba sus alitas y se encontraba flotando ante el rostro de Fabiana. El desencanto de la niña la alarmó.

-No tengo un gato aquí. Sólo unos pececitos en la pecera del comedor. ¿No sirven los pececitos?
-El “troll” se los comería de un bocado. No, estoy perdida.


El hada ocultó su rostro entre las manos y comenzó a sollozar. Fabiana se mordió los labios y crispó el puño.

-Espera aquí.- Dijo resuelta y abandonó la habitación, cerrando tras de sí la puerta. El hada quedó solita y muerta de miedo, dando vistazos temerosos hacia la ventana. Entonces, por debajo de la puerta un humillo gris comenzó a expandirse. El hada dio un gemido pues sabía lo que eso significaba. El humillo gris se fue espesando, tomando consistencia El hada., aterrorizada había quedado inmóvil, de pie sobre la mesa donde Fabiana estaba haciendo sus deberes. Finalmente la maligna figura del troll se corporizó.

-Hola, Winnie. La cacería terminó.- Dijo el contrahecho engendro y comenzó a caminar hacía ella.
-Oí todo lo que hablabas con la niña humana... No hay gatos aquí. O sea que estás perdida. Dame tus alas, entrégame tu espíritu y disuélvete como si nunca hubieras existido.

El “troll” dio un salto agilísimo y trepó a la mesa. Sus malévolos ojos emitían un brillo rojizo y sus manos, como garras se tendían hacia la atemorizada e indefensa figurita con alas. Y cuando estaba por atraparla., cuando ya Winnie se resignaba a su cruel destino la puerta se abrió y se oyó una voz.

-Deja a mi amiga, bicho feo y peludo.

El “troll” giró para contemplar a la niña humana que había dado unos pasos y estaba ante él. Su mano derecha estaba tras su espalda., ocultando algo que traía El engendro sonrió mostrando la doble fila de dientes de tiburón.

-No puedes hacerme nada, pequeña tonta. No hay gatos aquí, ya lo sé. Quédate y vé cómo le saco las alas a tu amiguita... quédate y vé cómo se convierte en cenizas ante sus ojos.- Desafió.

Entonces Fabiana mostró lo que traía en su mano derecha y al verlo, el “troll” emitió un grito larguísimo que parecía el raspar de un serrucho desafilado. ¡Era un negro gato... de peluche!

El “troll” se disolvió instantáneamente como humo y desapareció como alma que lleva el diablo... para jamás volver. Fabiana., sonriente mostró el muñecote a la sorprendida hada.

-Pero... no es un gato de verdad... ¡Es un juguete! ¡Sólo a ti pudo ocurrírsete esta idea!- Exclamó el hada.
-Eso mismo. Pero la sorpresa y el susto del “troll” fueron tan grandes que no se dio cuenta y todavía debe estar corriendo hacia su guarida

Entonces el hada se puso a reír a carcajadas hasta que se le cayeron las lágrimas. Y Fabiana también le hizo coro con sus risas. Compartieron esa noche y con las primeras luces del día, el hada se dispuso a partir. Su ala ya estaba restablecida y volaba sin ninguna clase de dificultades.

-Fabi, debo partir. Mis hermanas deben estar preocupadas por mí. Lo siento mucho, me gustaría quedarme más tiempo, pero no puedo.
-¿Volverás alguna vez?
-Trataré. Pero queda poco tiempo, a ti, claro.
-¿Qué? ¿Me voy a morir?
-No, vas a vivir hasta que seas viejita y tu piel se parezca a una pasa de uva pero pronto vas a abandonar el divino período de la inocencia. Nada puede hacerse contra eso. Los niños se convierten en adultos y al hacerla pierden la fantasía primigenia.
- Eso es triste.

-Lo sé. Pero no puede evitarse. Son órdenes de arriba.
-¿De Dios?


Winnie hizo un gesto de asentimiento.

-Pero no me iré sin darte un regalo que sé, valorarás mientras dure tu vida.- Aquí el hada tocó la frente de Fabiana con su pequeña mano y la niña percibió como un leve corriente eléctrica que la recorría. Fabiana abrió la ventana de su cuarto y antes de marcharse el hada evolucionó ante sus ojos dejando trazos de polvos de estrellas en el aire. Después desapareció.

Pasó, el tiempo, como es mandato divino y Fabiana creció. Se transformó en una hermosa muchacha, conoció a un buen hombre, se casó y tuvo tres hijos. Fue muy feliz en su vida familiar y en su profesión. La de escritora, por supuesto. Escritora de cuentos infantiles. En sus relatos plasmó un mundo inolvidable de seres fantásticos y mágicos que obtuvieron la atención de legiones de pequeños lectores. Solía escribir esos cuentos maravillosos, en su cuarto de trabajo, en la fiel compañía de su gata de angora.

¿Adivinan cómo se llamaba esa gata?

Armando Fernández (c) 2008

¡Felices vacaciones, chicos!

El 25 de julio comienzan las vacaciones en la Ciudad de Buenos Aires, Argentina. Desde aquí dedico este cuento infantil para los más chiquitos. ¡Ojalá les guste, amiguitos!

Ilustración de Mario Schiraldi

viernes, 18 de julio de 2008

Cuento dramático: El hombre que yo maté

Acabo de matar a Ramiro. Fue simple. Bastó con apretar el gatillo una sola vez...

Lo recuerdo perfectamente, Ramiro. Recuerdo aquella noche de luna de primavera desbordante de luz sobre aquel paseo de la costanera porteña. Y vos y yo, Rami. Vos, ciñéndome la cintura y yo percibiendo la fragancia de tu piel masculina que me volvía simplemente loca...
Fue así. No puedo negarlo. No puedo abjurar del amor que te tuve. No puedo ni podré olvidar el fuego que supiste encender en mi. Y menos omitir que ese fuego se transformó en llamarada. Hay un punto en que los seres humanos no tenemos retorno, cierta valla física, moral, espiritual o como quiera que se llame y el cruzarla implica que nos jugamos, que nos entregamos, que confiamos totalmente en el otro. Y no importa que eso signifique volverse vulnerable, débil, dependiente...
Eso fue lo que me pasó con vos, Ramiro. Una mujer puede presumir de ser autosuficiente, moderna, liberal, feminista, combativa y aguerrida, como yo me creía. Hasta que se enamora... Hasta que se pierde en los meandros de la pasión, hasta que comienza a transitar las sinuosidades del deseo, de la espera del llamado telefónico que tarda en producirse o de la cita en la que el hombre anhelado se demora... Entonces comienza a beber, gota a gota en esos tazones de angustia... pero cuando lo tiene a su lado y con cara de comérselo crudo afloja y se desarma al primer beso, a la primera caricia, a la primera manifestación de ternura y desde ya que acepta todas las excusas...
¿Será que amar significa volverse tonto? No lo creo... del todo. Pero tampoco creo que cuando uno ama está totalmente lucido. Si uno estuviera en sus cabales, en pleno uso de sus facultades quizás prestaría más atención a esos pequeños detalles que esconden verdades grandes y ocultas... ¿O será que una no tiene interés en escarbar en esos detalles porque teme encontrarse con lo que no quiere encontrarse? Eso pasa, estoy segura... a mí me pasó, al menos. Esos viajes que inventabas... negocios en Córdoba, decías ¿te acordás? Y bastaba que yo comenzara a refunfuñar para que me taparas la boca con uno de esos besos que nadie antes que vos (y tal vez nadie jamás después) hayan sabido darme.
Sí, ya sé. Estoy describiendo a una pobre estúpida. A mí misma. No me hizo falta inventar a nadie ficticio. Soy Marcela Rovira, tengo casi treinta años, soltera, piel blanca, ojos negros y dicen que no soy un "cuco". ¿Cuántas Marcela Rovira debe haber por ahí? Ocultas. Metiendo su propia baja autoestima en el bolsillo, en el desván del alma y sacando pecho, levantando la nariz como hacen los triunfadores. Porque en este mundo donde todos llevan máscaras parece que no tiene "rating" sacar a pasear las llagas por ahí, ¿verdad?
Y cuántos... cuántos canallas como vos también hay, ¿no, Ramiro? Pensar que tipos así nacieron de mujer. Qué cosa... qué cosa. Dios mío... que no me toque tener que dar a luz uno así. Porque cuando un hombre llena de promesas a una mujer, la engaña y se burla despiadadamente de sus ilusiones decirle que ha hecho mal, muy mal es casi llamar a la burla. Que se jorobe la pobre idiota. Y en cuanto a él... ¿acaso no es hombre? Claro que hizo mal y no lo hizo precisamente sin querer porque nadie le destroza la vida a otra persona... "sin querer". Especialmente cuando han tenido tres años de novios y ella ha trabajado como una burra, ahorrando peso sobre peso y ciegamente se lo entrega a él, para que los administre.
Y mientras ella sigue soñando con un maravilloso vestido blanco y un ramo de azahar ese dinero ya no existe. En realidad nada de lo que ella cree, existe... Eso se llama crimen. Un crimen contra el espíritu. No por el valor material del dinero ni los sacrificios que costó conseguirlo. Va mucho más allá de eso... Se refiere al asestar golpes despiadados a la entrega total de las Marcela Rovira, como yo... Sí, todavía me acuerdo de aquella noche de redonda luna amarilla cuando paseábamos, vos ciñéndome la cintura y yo bebiéndome la fragancia de tu piel varonil.

-Rami...
-¿Qué pasa, nena?
Recuerdo que nos detuvimos y quedamos bajo la pérgola poblada de enredaderas. Que miré por largos instantes los vehículos que pasaban y pasaban con los faros encendidos como enjambres de luciérnagas en aquella noche de primavera. Dicen que las fuerzas ocultas de la naturaleza se reavivan en primavera. Que la vida reverdece. Que los capullos encapsulados durante el inhóspito invierno se abren en flor. Yo podía dar fe de todo eso.
-Hay algo que tengo que decirte...- Sonreíste, seguro y dominador, como siempre. Varón argentino al fin. Me acariciaste la barbilla, yo alcé el mentón y cerré los ojos. Lista a saborear uno de tus besos legendarios...
-Bueno... ¿Qué?- El beso no llegó. Y en el modo que preguntaste había una ligera impaciencia. - Te pregunte que tenés que decirme, Marcela...
-Que me parece que vamos a tener que adelantar la boda...
-¿Es una broma? ¿De qué hablás?- Me callé y luego aspiré a pulmón lleno el aire de la noche fragante.
-Estoy esperando un bebé...
Todavía recuerdo que achicaste los ojos. Que me apartaste de tu proximidad, tomándome los brazos y clavándome los ojos como agujas.
-¿Que estás esperando qué...?
Te busqué por toda la ciudad de Córdoba. No fue fácil, créeme, Córdoba es mas grande lo que yo pensaba. Pudiste haber estado en cualquier parte... quizás en algún perdido pueblito de las serranías y seguramente nunca te habría encontrado. Ya desesperaba cuando un golpe de suerte me puso sobre tu pista. El asunto es que te encontré. Tenías toda la sorpresa del mundo pintada en el rostro cuando al abrir la puerta de tu departamento (porque tenías un lindo, grande y confortable departamento del cual yo nunca tuve noticias) me descubriste parada ante vos.
-Marcela...- La sorpresa hizo que la voz te saliera miserable y chillona. Yo suspiré. Mi búsqueda iniciada después de aquella noche de primavera había concluido. Porque era obvio que desapareciste sin dejar rastro. Y mi bebé seguía creciendo y creciendo. Nutriéndose de mi cuerpo y de todo el amor que podía darle. Porque ese bebe iba a precisar el doble de amor de mi parte, ya que de vos no podía esperar nada...
Miraste preocupado hacia el pasillo. Quizás temiendo que yo comenzara a hacer un escándalo de aquéllos, allí mismo. Los vecinos, seguro. Podemos ser la ultima porquería del mundo pero... que no se enteren los vecinos.
-Pa... pasá, por favor... tenemos mucho de qué hablar...-dijiste. Era un error lo que estabas diciendo. No teníamos nada o casi nada de qué hablar. Con lo que habías hecho, bastaban y sobraban las palabras. Yo estaba allí simplemente porque quería asegurarme de que nunca volverías a cruzarte en mi camino. De que no te agarrara un ataque de conciencia y aparecieras dentro de algunos años, cuando yo me hubiese deslomado criando a mi hijo, en alguno de esos programas televisivos con cara llorosa y dolorida buscando a tu vástago. Yo estaba ahí para asegurarme de que eso nunca ocurriera.
Porque, y que Dios me perdone, no tenia ningún deseo de ser buena con vos. Quería cobrarme cada una de las lágrimas vertidas porque realmente no poseo pasta de heroína de novela o película, de ésas que lo soportan todo y no contestan los golpes. Soy simplemente una mujer de carne y hueso, soy real, estoy llena de miedos, de desesperanzas... y de furia. ¿No es cierto que suena mal? ¿No te hubiera gustado que me quedara oculta y llorosa en un rincón, dejando que todos me tuvieran lástima? ¿Masticando que mi padre olvidara que un día yo fui su mejor esperanza y ahora soy su peor decepción? ¿Y que el resto de la familia se avergonzara de tener una madre soltera en la familia? Todo eso me dolió. Vaya que me dolió. Vaya que me lastimó. Tu engaño, tu abandono, la decepción propia y la de los míos... Por eso no tenía ningún deseo de ser piadosa con vos. Absolutamente ninguno. Con cualquiera, con el último perro de la calle. Pero no con vos. ¿Acaso te merecías piedad? Claro que no te merecías nada.
Por eso saqué la pistola del bolsillo de mi abrigo y te la puse en medio de la frente. Fue todo un espectáculo el ver cómo la sangre se retiraba de tu rostro y cómo tus ojos se dilataban de asombro y terror. Escuchar cómo tratabas de articular palabra y no te salía otra cosa más que gorgoritos, me dio un malsano placer. Si hasta casi pude percibir el hedor de tus calzoncillos, Ramiro...
-No... no lo hagas...- lograste gemir al fin.
Qué cosa son los culpables, ¿no? Piden la misericordia que no se han molestado en tener con sus víctimas. Reclaman la piedad después que han gozado con su crimen a sangre fría. Claman a los demás tratando de salvar sus vidas indignas y miserables. En nombre de la piedad humana que súbitamente, recuerdan que existe.
Pero es una trampa, claro. Porque en realidad no se arrepienten de nada. Es sólo la voz del instinto la que los hace clamar por sus existencias. Quieren seguir usando la credulidad de los demás para continuar burlándose y burlándose...
Es así, Ramiro. Las víctimas lo sabemos bien. Y ustedes, los culpables lo saben aun mejor que nosotros.
-Estás muerto.- susurré. Y apreté el gatillo de la pistola cuya boca estaba posada en tu frente.
Todavía recuerdo el ruido metálico que hizo el percutor al golpear en seco. Todavía recuerdo cómo caíste de rodillas, sollozando, muerto de miedo. Me alegro. Que el Cielo me perdone. Me alegro ver a un culpable padeciendo unos momentos del infierno que le esperaba en la otra vida.
No había comprado esa arma ni te había buscado durante tres meses para ser buena con vos...
-Nunca vuelvas a buscarme... a cruzarte en mi camino... o va a haber una bala de verdad en esta pistola...- murmuré, segura de que vos me oías perfectamente pese a tu terror. Y luego me fui.
Acabo de matar a Ramiro, ya les dije. Bastó con apretar el gatillo una sola vez... Bueno, quizás esto no es del todo exacto.
Ya estaba muerto para mí después de aquella última noche de luna de primavera...

Armando Fernández (c) 2008

jueves, 10 de julio de 2008

Cuento fantástico: La multitud (del libro inédito El País de las Pesadillas)

Nadie. Sin duda en esa palabra podía resumirse todo. Tadeo Villar se arrebujó en su chaqueta de abrigo y metió las manos en los bolsillos. Echó a caminar despacio hacia Avenida de Mayo. El viento invernal hacía girar en remolinos papeles viejos, diarios, fragmentos de afiches pegados en la vía pública. Junto a los cordones de las veredas la inmóvil procesión de automóviles detenidos hacía pensar inevitablemente en un gigantesco osario de fierros viejos. Y eso era. Un osario.Los semáforos semejaban estólidos vigías ciegos desprovistos de su tríada de luces. Cualquiera que quisiera podía cruzar impunemente las calles con su vehículo, pero no había nadie en condiciones de hacerlo.

Nadie excepto Tadeo Villar. Nadie en toda Buenos Aires, nadie quizás en todo el resto del mundo.Se habían ido, se habían disuelto simplemente cuando las lluvias, mejor dicho, los diluvios de bacterias venidos de las profundidades del espacio cayeron desde los cielos. Y esas bacterias se devoraron carne, piel y huesos dejando sólo cenizas y polvo. Se comieron todo incluyendo perros, gatos, aves, peces, plantas. Sólo Tadeo quedaba y era también un misterio por qué la legión de bacterias no se lo había fagocitado, tal vez por la ley de probabilidades que decía que algo o alguien de billones debía salvarse. Y ése había sido él. Pudo haber sido otro, pero el caso es que el sobreviviente era Tadeo.

Tenía cualquier negocio para entrar y tomar lo que quisiera y algo de eso había hecho...al principio. Ahora, después de recorrer de cabo a rabo la ciudad, después de llamar por teléfono a todo el mundo y de que nadie del mundo le respondiera por el simple hecho que todas las líneas estaban muertas, Tadeo había llegado a la alucinante conclusión de que sólo él había quedado para contarlo.¿Contarle a quién? No había quedado nadie para escuchar la historia del último hombre viviente sobre la tierra.

En algún momento Tadeo había considerado la lógica posibilidad de volarse la cabeza. Armerías abiertas a su disposición no le faltaban. Podía elegir “a piacere” marcas y calibres. No es divertido tener el mundo para uno solo, después de todo. Las cosas poseen valor cuando se comparten. Quedarse solo en medio del desierto de Gobi tiene poca gracia y cuando se dice SOLO es porque ni siquiera los buitres venían a hacerle compañía. Pero Tadeo abrigaba la esperanza de que tarde o temprano encontraría a otros seres humanos.

Se detuvo ante la entrada del café Tortoni. Quedó mirando los afiches de la academia del lunfardo que allí tiene su reducto tanguero. Se le hizo un nudo en la garganta. Allí solían venir desde el barrio de San Telmo con Mabel, su esposa a tomar unos “cortados” y escuchar buena música porteña. Mabel bailaba el tango como la mejor y Tadeo trataba de no quedarse atrás en eso.El tango es el baile más sensual que existe, razonó. Ahí la pareja se desplaza bien apretada; el varón oliendo el perfume de la piel fragante de su compañera y ella percibiendo la virilidad del tipo que la lleva en sus brazos entre cortes y quebradas. Así la había conocido, en una academia de tango. Así la había enamorado y ahora ella estaba muerta como el resto de la humanidad.Tadeo se sentía como el cuidador de un cementerio. El cementerio más grande que existía. Un cementerio que abarcaba todo el planeta.

Con un nudo en la garganta entró al local y se situó en una mesa junto a la ventana. Cerró los ojos. Sólo el viento silbón se atrevía a interrumpir el silencio sepulcral que invadía la avenida. ¡Cuánto tráfico había corrido por aquí, cuántas marchas y contramarchas plagadas de pancartas, estrépitos de bombos y petardos exigiendo mejoras salariales y renuncia de jueces y políticos ladrones y coimeros!Y ahora sólo se oía el viento...

-Tadeo...Tadeo... ¿Qué te pasa?

La voz de Mabel y el sacudón que le propinó le hizo abrir los ojos. Parpadeó, desconcertado. Mabel estaba sentada frente a él, mirándolo con expresión extrañada. Tadeo tuvo un escalofrío. Volvió a cerrar los ojos.

-Tadeo... por Dios ¿qué te ocurre? ¿Te sentís mal?

Parpadeó. Otra vez volvió a abrir los ojos. Mabel seguía estando allí, con sus enormes ojos negros y su cabello corto mirándolo con preocupación. Tadeo paseó la mirada en derredor. El café estaba poblado de clientes. Los mozos iban y venían diligentemente. Miró por la vidriera hacia la calle. Había un hervidero de gente. Pasaban transeúntes apurados, algún que otro policía. Automóviles, colectivos (ese invento argentino, según se dice) atronaban el aire. En suma, una multitud.Tadeo abrió grande la boca. Apareció un mozo que retiró las tazas de la merienda que acababan de compartir.

-Mabel.... ¿Sos vos?- preguntó con un hilo de voz. Ella lo miró con total extrañeza. Tadeo estiró la mano y tomó la de su mujer. Cálida, viva y suave.
-Claro que soy yo. ¿Esperabas ver a otra, acaso?
-N-no... Es que yo... No sé cómo decirte...
-¿Decirme qué? Estábamos hablando y de pronto cerraste los ojos y te quedaste como dormido. Ahora veo que esas horas extras te están matando, querido.
-Perdoname un momento...- replicó Tadeo y se puso de pie. Ella se lo quedó mirando como si su marido se dispusiera a marcharse para nunca más volver. Tadeo transpuso la entrada y se encontró pisando la vereda. Miró la boca del subte de la estación Piedras. La escalera mecánica vomitaba gente y más gente. Riadas, tropeles de gente apretujada... El aire estaba impregnado de bocinazos y gritos. Un lustrabotas se afanaba sobre el zapato de un cliente que descansaba en el apoyapie de su cajón de lustrar.Tadeo se puso a sonreír. La sonrisa se transformó en risa y la risa casi en carcajada. Algunos de los que pasaban lo miraron con cara rara. No le importó. Tadeo respiró el aire contaminado de gases con alegría. Después volvió a entrar al Tortoni y se sentó nuevamente ante Mabel.

-¿Se puede saber qué te pasa? Me estás asustando, Tadeo...- murmuró ella por lo bajo.Es que algunos de los clientes también habían comenzado a mirar raro a Tadeo.
-Está bien...está bien... te lo voy a explicar pero no te alarmes...-Por Dios... ahora sí que me estás asustando en serio. ¿Te sentís enfermo? ¿Querés que tomemos un taxi y vamos a un hospital?
-No, no me siento enfermo... me siento mejor que nunca... Contento de estar vivo, de que vos esté aquí y de que toda esta gente, esta multitud vaya y venga...- Mientras hablaba le tomó de las manos para darle tranquilidad. -Bueno... el caso es que debés tener razón... esas muchas horas extras que estoy haciendo, seguro... Me debí quedar por un momento dormido... y soñé. ¿Sabés? En unos segundos viví una eternidad de tiempo...
-¿Y qué soñaste?- preguntó ella algo más calmada.
-Algo muy extraño... Soñé que no quedaba nadie vivo en Buenos Aires, en el mundo. Nadie ni nada ¿Entendés? Ni siquiera vos. Y yo vagaba por las calles vacías... vagaba y vagaba...
-Ése sí que debió ser un sueño horrible.- dijo Mabel.
-No te imaginás cuanto... y no te imaginás que bueno es haber despertado. Esta noche te voy a hacer el amor como nunca, mi amor.- Tadeo le guiñó un ojo.
-¿Seguro? Mirá que de promesas como ésa...
-Te voy a amar como nunca te amé, Mabel. Hasta que llegue el alba, te lo juro. Estoy... estoy tan feliz de tenerte... Ella sonrió y le aparecieron dos deliciosos hoyuelos. Ya tocaba los cuarenta pero... qué linda mujer era. Cuando se arreglaba un poco daba las doce antes de hora. Y era toda suya. En cuerpo y alma.
-A que no te animás a llevarme ahora mismo a un hotel, como cuando éramos novios.- le susurró ella, provocadora.
-¿Que no me animo? Ahora vas a ver... Mozo, la cuenta.- Sin dejar de mirarla embelesado estiró la mano hacia el mozo que pasaba. Mabel sonreía.

Y entonces comenzó a desdibujarse. Se fueron borrando su cabello negro, sus ojos, su nariz, su boca, sus hombros, sus manos. Se fue diluyendo como un fantasma.Tadeo abrió muy grande los ojos. Desorbitados. Quiso gritar y no pudo. Giró la cabeza y miró en derredor. El mozo que acababa de pasar se estaba diluyendo y también los clientes. Se desvanecían como figuras de humo, se desmaterializaban. Dio un salto volcando la silla en que estaba sentado. Salió a la vereda a la corrida.¡Los transeúntes estaban desapareciendo!

Ahora sí gritó y gritó:-¡No se vayan! ¡Esperen! ¡Esperen, por favor!- Aullaba Tadeo. Abría y cerraba los ojos esperando que la multitud volviera a aparecer. Pero al final se cansó de gritar y parpadear. La multitud ya no estaba. La multitud se había ido. Los mozos, los clientes del Tortoni. Mabel...

Se cubrió el rostro con las manos y se puso a sollozar como un chico perdido. Una eternidad después miró en dirección de Plaza de Mayo. Divisó la Pirámide de Mayo, la Casa Rosada escabullida allá atrás. Todo estaba quieto, calmo, tranquilo. Todo rezumaba la silenciosa paz de las tumbas. Bueno, no todo estaba quieto. El invernal viento burlón seguía arrastrando obstinadamente papeles viejos hacia ninguna parte.
Armando Fernández (c) 2008
Ilustraciones de Miguel Castro Rodríguez