jueves, 27 de marzo de 2008

La historieta histórica como atractivo para los lectores

Mis guerreros favoritos

Muchos son los guiones de historieta, que me tocó redactar en mis cuatro décadas de profesionalismo (unos 5.000, diría yo), y buena parte de ellos correspondieron a producciones de tono épico, es decir, historias de guerreros. Robin Wood, ese gran maestro que triunfó en la historieta argentina, solía decirme "Mirá, Armando, nadie puede, en este oficio, llegar a ser un profesional completo, sino tiene una visión bastante completa de la historia universal". Y era cierto. En mi caso, felizmente cierto, porque la historia universal (y la argentina) siempre resultaron temas de mi predilección.































Así, nacieron en mi máquina de escribir (por ese entonces, les recuerdo, no existían las computadoras personales) Argón, el Justiciero, (que muchos años después tomaría a su cargo, el gran maestro Héctor Germán Oesterheld) y cuyo primer episodio fue ilustrado por Sergio Mulko. Tal episodio se llamaba "Quince monedas de oro". A partir del segundo episodio, lo tomó Enrique Villagrán, quien, con el seudónimo de Gómez Sierra, lo ilustraría por muchos años. Más tarde, lo graficó su hermano Carlos, que lo continuó con el seudónimo de Bill A. Grant. Argón era un general macedonio bajo las órdenes de Alejandro Magno y su saga más importante fue, siguiendo a este gran conquistador occidental, a través de Persia y la India.
















Bajo el pretexto de aventuras ficticias, estaba el enorme fondo histórico de aquellos tiempos. Eso fue motivo de discusión con una docente, durante una de las tantas exposiciones de historietas, en que participé. La buena señora murmuró que: "las historietas eran dañinas para los niños" y yo, que estaba al lado y no pude con mi genio le repliqué: "Eso era en parte cierto, cuando el mensaje que se trasmitía no era moral ni edificante" y la invité a ver planchas de Argón que se exhibían, le expliqué los lineamiento del personaje y la buena mujer quedó maravillada. "De este modo, los chicos pueden encontrar más atractiva la historia", descubrió. Y era absolutamente cierto. Realicé unos cuatrocientos guiones para Argón, mi primer personaje, de hacha y espada.
















Otro que creé, fue Kabul de Bengala, dibujado por Horacio Altuna (que luego también continuaría Oesterheld, siendo estos dos personajes, junto al policial Tres X la Ley, ilustrado por Marchionne, las únicas series que no eran de su creación, y que el gran Maestro de Maestros, continuaría, en su extraordinaria y prolífica carrera) Debo decir, que para un admirador como era yo, de HGO, esto lo he sentido siempre como un verdadero orgullo.








Otros guerreros llegaron, y para quedarse: Rodwin de las Galias, fue uno de ellos, ilustrado por el maestro oriental, Miguel Castro Rodríguez y con algunos episodios dibujados por otro ilustrador, que también sería en el futuro, un gran maestro, me refiero a Rubén Meriggi, por entonces, un adolescente que concurría a mi casa, con sus sueños, su enorme talento y sus ganas de trabajar.
















Tambien con Sergio Mulko dimos vida a Dyinn y La Sombra del Tigre, una historia de samurais.








Me tocó heredar Wolf y Troels, (ambos creados por Robin Wood) a los pocos episodios de haberles dado vida. A estos dos personajes los ilustraba, quien sería un verdadero "monstruo" de la historieta argentina, me refiero a mi amigo, el malogrado y querido "turco" Jorge Zaffino. A Wolf, luego lo continuaría Rubén Meriggi, en tanto que Troels conocería en sus tramos finales, el incipiente pincel del luego gran maestro Sergio Ibáñez (por entonces, ayudante de Jorge Zaffino).
















De Robin Wood me tocó redactar varios episodios del gran Nippur de Lagash y también hacerme cargo, por mucho tiempo de El Cosaco, que por entonces ilustraba Carlos Casalla y luego continuó Rubén Furlino.








Con el gran maestro Lucho Olivera (Luis Ricardo Olivera), dimos vida a El Hitita (creado como contrafigura, pues no era desconocido para los lectores, que los hititas fueron siempre los grandes enemigos de Nippur). Otras series de guerreros realizadas con Lucho, fueron El Sobreviviente, En tiempos de Salomón y Hércules, donde trasladamos en el lenguaje a cuadritos de la historieta, las hazañas del mitológico semidiós griego, relatando, incluso, hasta su muerte.








Cierro esta nota, recordando que también realicé la adaptación de la película Conan, el bárbaro, para la revista D´Artagnan, en seis episodios. La ilustró otro gran profesional uruguayo, Eduardo Barreto en su primera colaboración para la Editorial Columba.
Muchos guerreros, mucha aventura recorrida, la que sin duda, los fieles lectores de Editorial Columba, atesoran entre sus mejores recuerdos.

lunes, 17 de marzo de 2008

Para Semana Santa: Cuento "Y su sangre era roja" por Armando Fernández

Soy un simple legionario, apenas un decurión, eso lo sé perfectamente. Aún a través del vino espeso que flota en el fondo de la jarra de barro y que se ha infiltrado en mi cerebro, sé quién soy. Cayo Lúculo, decurión de Roma al servicio del Emperador.

Tengo muchas cicatrices en el pecho y los brazos, pero ninguna en la espalda. He matado hombres con "pilum" y con espada. Los he matado con hacha, con algún trozo de roca y hasta con mis propias manos. Los bárbaros de la Germania nunca fueron gente dócil y eso los dioses lo saben muy bien.

Pero los he matado en pelea, de hombre a hombre, y el recuerdo de sus muertes no me altera el pulso ni me quita el sueño. Pelearon bien, yo luché mejor. Murieron bien y yo sigo vivo para disfrutar del vino espeso de Palestina y de alguna prostituta; les aclaro que me gustan las entradas en carnes. Las delgaduchas siempre parecen agitar el ramaje de sus huesos como si el esqueleto estuviera empujando para mostrarse de una vez.

De modo que cuando me tiro en algún pajar con alguna ramera me gusta pensar en los placeres de este mundo y no en la muerte. Bastante pienso en ella como soldado, velando mis armas en el alba que suele preceder a la batalla...

Pero hay una muerte que gira y gira dentro de mi cabeza. No es la muerte de un familiar, ni siquiera de una camarada (que los he tenido y muy buenos). No. Es la muerte de alguien que yo poco conocía y eso es lo curioso. Esa muerte me roe como un implacable gusano. Esa muerte está dentro de mí, aunque no fuera mi mano quien la ejecutara. Pero yo estuve allí...

Yo formé parte del grupo que por orden de Poncio Pilates azotó y colocó una corona de espinas sobre la cabeza de aquel hombre. Lo arrastramos por las calles entre el abucheo de la multitud instigada por los fariseos. Otros dos ladrones iban a morir con él pero los ladrones son seres despreciables y eso era lógico. Sin embargo, este hombre era distinto.

Creo que fue María Magdalena quien me habló por primera vez de él. Yo ya había escuchado rumores. Palestina es una tierra árida, poblada de bandoleros y escorpiones. A mi modesto entender (y no tengo nada de estratega o de político) el Imperio nunca debió haber metido sus narices aquí. La gente de este lugar no necesita enemigos externos, ellos suelen ser sus propios enemigos y se matan y se emboscan con gran alborozo. Bueno, el caso es que los romanos estamos aquí e imponemos las leyes y la paz. Ellos podrán ser rebeldes e indóciles, pero nosotros somos organizados y fríamente despiadados. Ya descubrieron que la "pax romana" es la paz de los cementerios. O sea que tenemos nuestras "caligas" en sus cuellos y aunque resuellan, saben que no pueden oponerse.

Les sigo contando. Le ofrecí unos denarios a María Magdalena para que fuera conmigo al pajar como otras veces pero para mi sorpresa se negó. Y no por el precio pues yo estaba ansioso de disfrutar de una mujer experta como es ella y ofrecí más. Me miró, sonrió con tristeza y murmuró suavemente:

-He abandonado esa vida. Nunca más volveré a ella. Antes preferiría morir...

-¿Qué? ¿Te has enamorado de algún hombre? - pregunté bajo el sol ardiente que poco o nada respetaba la sombra de aquella añosa palmera.

-¿Enamorado? Sí, puede decirse que sí, Cayo Lúculo. Encontré el amor. El amor puro que rige el universo... - Sonreía y parecía transfigurada. Yo no tenía ningún trago de vino encima pero se me antojó extrañamente bella a pesar del desgastado sayal que vestía.

-Qué bueno ... No necesitarás seguir ejerciendo tu oficio entonces... Tendrás alguien que te dará de comer y te protegerá.

-Él me da el pan de la vida y los miedos desaparecen cuando sigo las huellas de sus sandalias...

Me encogí de hombros. Las mujeres no han nacido para ser entendidas, las rameras, mucho menos.

- Adiós... buscaré otra compañía... - dije, volviendo la espalda para alejarme.

- Espera, Cayo... - Su mano rozó mi hombro y me detuvo.

-¿Has reconsiderado mi oferta? Ya sabía yo ...

Negó la cabeza y su mano oprimió mi brazo significativamente.

- Tú también puedes encontrar el amor. También eres una criatura de Dios, después de todo...

Me dejé llevar, no entendía muy bien el sentido de sus palabras pero tratándose de amor, ella seguro sabría dónde conducirme. Me presentará a alguna de sus amigas, pensé. Eso estaría bueno. Vino y mujer. El mejor remedio contra el ocio y el calor de la ardiente tierra Palestina...

-Lo conocerás a Él. No es lejos de aquí...

Casi me paro en seco.

-¿Conocer a tu hombre? ¿Estás bromeando? Cuando hablaste de amor, pensé que te referías...

-Imagino a qué te referías... -dijo sonriendo tristemente.

Aún hoy no sé por qué la seguí realmente. Pero el caso es que fui...

Llegamos a un pequeño montecillo. Allí había una reunión. Una cabra berreaba cerca de su pastor. Y vi a ese hombre por primera vez de cerca.
- Escúchalo - me suplicó Magdalena. Busqué el refugio de un arbolillo resoplando contra mi negra estrella. Magdalena se quedó a mi lado, pero de pie. Vi que lagrimeaba y no trataba de enjugar sus lágrimas -. Él me salvó de morir lapidada...

-Ah... -repliqué yo, lamentando no tener un odre de vino a mano.

Ese hombre hablaba pero yo no escuchaba. Sus palabras llegaban como el murmullo del mar a mis oídos. Pero la gente que se había reunido para escucharlo parecía muy interesada.

- Por favor... escúchalo... -volvió a pedir ella dándose cuenta de mi desinterés.

Asít pues, lo escuché.

Creo que nunca debí hacerlo, no estoy muy seguro. Ya saben, soy un soldado y sólo creo en mis fuerzas. Todo es simple y sencillo para mí. Nacemos llorando y nos vamos maldiciendo de este mundo. Nunca pensé que hay un después. Mi "después" es un lugar oscuro donde seguramente podré oír las risas de los viejos dioses crueles mientras yo yazgo sin ojos, sin corazón, sin vísceras, en esa oscuridad viscosa de la que nunca volveré a salir. De modo que no pienso en el futuro. No hay futuro. ¿Para qué preocuparse? Comencé a inquietarme cuando oí a ese hombre...

Era sin duda, uno de los tantos profetas que aparecen como hongos en la tierra palestina. Individuos famélicos, aferrados a un cayado, prometiendo la condenación eterna y el fin de la tiranía de Roma. Al principio los tomé por agitadores (en cierto modo lo eran), pero luego comenzaron a causarme risa cuando les daban su merecido o simplemente se morían de hambre. Eran pequeños ríos que nunca llegarían al mar. Sus huesos se convertían en polvo y Roma seguía existiendo. Es más, ampliaba sus dominios y yo no dudaba que un día el mundo nos pertenecería totalmente.

Yo estaba seguro de todas esas cosas hasta el día que escuché a ese hombre. No dijo cosas contra Roma. Para él, Roma era un reino pasajero, como muchos que se habían levantado en la antigüedad y luego se habían derrumbado. Él habló de un nuevo reino. Un reino que estaba dentro de cada hombre. Habló de perdón y misericordia. Comencé a entender un poco qué quería decir María Magdalena cuando se refería al amor.

El gusano ya estaba instalado en mí. Desde aquel día (sin mis ropas de soldado) comencé a mezclarme entre la multitud que seguía sus sermones. Le vi hacer cosas que sólo los dioses pueden hacer. No conozco a ningún mago que pueda multiplicar peces y panes... El gusano de la incertidumbre me mordisqueaba las entrañas.

-Tened misericordia, hermanos. Pues, con la misma vara que medís a los demás, el Padre Eterno os medirá... - decía ese hombre. Yo realmente estaba confundido. Soy un soldado y sé que la paz no es posible entre los hombres. Sé que la ambición, la codicia, la gula, la lujuria, son la brújula de nuestras vidas. Y este hombre seguía diciendo que nosotros éramos nuestro peor enemigo. Yo no soy enemigo mío, al contrario, he cuidado de mí mejor que nadie.
Este hombre decía que debíamos preparamos para entrar a otro reino... Yo no tenía noticias de que ejércitos enemigos estuviesen marchando sobre Roma. Los pastores y alfareros sí parecían comprenderlo. Iban con sus dolores y sus llagas y él los consolaba y los curaba.

Pero yo le temía. No le temía como se teme a un hombre, pues yo nunca he temido a hombre alguno. Le temía de un modo vago, incierto. Ante él, a veces me sentía como un niño perdido en un bosque umbrío, buscando una luz que lo guíe. Era una sensación realmente extraña ...

-Acércate - me dijo un día, haciendo un gesto con su mano. Al principio pensé que no se dirigiría mí. Había tantos en aquella reunión... Confieso que me temblaron un poco las piernas. Pero fui. Estaba con sus discípulos. Uno de ellos, Judas Escariote me sonrió.
- Ven, el Maestro te llama...

No me gustó la cara de ese Judas. He gastado muchas sandalias y conozco de hombres. Había un brillo extraño en sus ojos cuando me tomó del brazo y me acompañó hasta su Maestro.

- María Magdalena me habló de ti... - me dijo ese hombre.

- Debe haberte dicho que soy un soldado de Roma...

- Yo también soy un soldado.

- No veo tu ejército...

- Está aquí. Está por todas partes. Quizás tú mismo ya comienzas a formar parte de él...

-¿Me estás pidiendo que abandone el servicio de Roma? ¿Que traicione a mi Emperador?

Él sonrió. Era una sonrisa suave y cansada. Como la de un niño harto de vigilia que desea dormirse en el regazo de su madre.

-Mi ejército no tiene espadas, ni cascos, ni escudos... ni mucho menos uniforme... Mis tropas sólo obedecen esta voz de mando ... -y aquí me tocó el pecho, a la altura del corazón.

Yo retrocedí casi aterrorizado, como si estuviera intemándome en un pantano. Mi disciplina, mi lógica, se rebeló contra esas palabras que parecían cargadas de una sabiduría que sencillamente me sobrepasaban. Siempre he dudado de todo lo que no puedo comprender.

-Volveremos a vemos... -me dijo, antes de que le volviera la espalda y me marchase apresuradamente de allí...
Y volvimos a vernos...

Lo hicieron arrastrar el pesado madero en el cual sería crucificado. Cuando sus fuerzas físicas aflojaron, le obligaron a levantarse a golpes de traílla. Y su sangre era roja...

Lo crucificaron en el Monte Gólgota junto a dos ladrones. Había una pequeña multitud llorosa en torno a nosotros, los legionarios encargados de hacer cumplir la sentencia ordenada por Pilatos. Oí el retumbar de los martillos que empujaban los feroces clavos a través de su carne. Le oí gemir, como gimen los animales heridos que van a morir. María Magdalena y otras mujeres estaban allí. Oraban y lagrimeaban.

-Tengo sed... -murmuró con un hilo de voz. El centurión a cargo me miró, desdeñoso.

-Déjale que se pudra. Cuando más pronto muera, mejor. Así nos iremos...
No tenía agua a mano pero le embebí un trapo con vinagre y usando mi lanza le mojé los labios. Oí una risa a mis espaldas. Publio, uno de los legionarios se estaba mofando del desdichado.

-No pareces pasarla tan bien, rey de los hebreos... -tartajeó. Y antes de que yo pudiera impedirlo, le clavó una lanza en el costado. Y su sangre era roja...

Le di un empellón a Publio y lo arrojé al suelo. Me miró desde el suelo, como una serpiente. Los otros hombres reían. Publio sabía que podía aplastarlo como una víbora si osaba enfrentarme.

-Nadie te ordenó que hicieras eso -dije. Publio recogió su casco caído y se fue con los otros. Miré al hombre clavado a la cruz. Respiraba agitadamente, como tratando de retener esa vida que se le iba irremisiblemente. Nos odiaba, estoy seguro. Le habíamos torturado y lo estábamos matando. Siempre se odia al enemigo que nos destruye. En el momento final del dolor, el odio emerge como una excrecencia que habita dentro de cada uno de nosotros. Este hombre no sería la excepción.

No me gustaba la forma en que moría. Tampoco entendía muy bien por qué moría. Alguna vez creí que estaba loco, alucinado. Ahora ya no creía. Pero no tenía en claro sus motivos para ser llevado al holocausto como un cordero, sin intentar al menos, huir. El hombre estaba diciendo algo...
Palabras entrecortadas. Me acerqué al pie de la cruz.
-Padre... - Agucé mis oídos-. ... perdónalos... porque... ellos... no saben... lo que hacen...

Emitió un largo suspiro, despidiéndose de la vida y su cabeza cayó sobre su pecho. ¿Qué quería decir con eso de que no sabíamos lo que hacíamos y que nos perdonaba? Definitivamente no podía entender los motivos de ese hombre.

Alguna vez creo que estuve a punto de comprender algo. Pero fue como si quisiera atrapar una paloma y sólo me quedaran algunas plumas en la mano. La paloma voló hacia el sol y yo me quedé con las manos vacías.

El cielo se oscureció. La tormenta vino de improviso, de alguna parte. Y comenzó a llover a baldes. La lluvia lavó los cuerpos de la grumosidad de la sangre.

-Vamos, ¿qué esperas? - me urgió el centurión que comandaba el grupo.

-¡Vayan ... ya los alcanzo! - grité, tratando de elevar mi voz sobre la furia del viento. Se fueron maldiciendo, mojados hasta los huesos en busca de abrigo, lumbre y vino. Yo me quedé mirando las cruces mientras el cielo se poblaba de relámpagos. No, no lo entendería. Sabía que no lo entendería...

Si podía hacer milagros, como vi, era más que humano. Era un gran mago, un ser superior... ¿Era un dios? No, pensé, sacudiendo la cabeza para alejar los pensamientos. No puede serlo... Conozco la sangre humana, ya les dije que la he vertido en los campos de batalla. Conozco su color, como conozco el color del vino. Y la sangre de este hombre también era roja... Como la mía.
FIN
(c) Armando Fernández

domingo, 9 de marzo de 2008

En el dia internacional de la mujer

Grandes dibujantes femeninas de nuestra historieta
Como todos saben, el día 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Son múltiples las actividades que las representantes del sexo femenino, desarrollan en todos los ámbitos profesionales y laborales. No alcanza este espacio para describir las merecidas conquistas sociales que la mujer ha logrado especialmente en el siglo XX, dignificando su condición femenina, lo que las equipara en todos los terrenos, con el hombre. Allí están ellas, trabajando codo a codo con sus pares masculinos y ganándose el sustento diario en sus trabajos. No pocas de ellas son cabezas de familia y se multiplican en la crianza de sus hijos.

En lo que me toca, es decir, la historieta, quiero recordar a dos excelentes profesionales que, desde sus tableros de dibujo, efectuaron un recordado aporte a la historieta nacional. Me refiero a las señoras Laura Mariel Gulino y la señora Martha Barnes. Con ellas tuve el honor y el placer de trabajar en historias unitarias, series y miniseries, que en su tiempo editaba Columba. A "vuelo de pájaro" recuerdo series como "Teenagers", "La Prisionera" y "La Búsqueda" que redacté para el pincel de mi estimada amiga Laurita Gulino (quien hoy desarrolla su talento para la Eura Editoriale de Italia) .

Por su parte, con la señora Martha Barnes, desarrollé series tales como "Pasional" y "La Enemiga", entre otras. Como dato curioso añadiré que mi primera historieta dibujada y publicada en Editorial Columba, precisamente en la revista EL Tony, y que sería el prólogo de una carrera profesional de cuatro décadas, fue una historia unitaria llamada "Tierras Salvajes" y fue ilustrada por la señora Barnes.
En estas dos excelentes profesionales de nuestra historieta nacional, quiero rendir mi modesto, pero merecido y sincero homenaje, a todas las guionistas y dibujantes argentinas, que desde sus computadoras y tableros de dibujo realizan un aporte que, muchas veces, no recibe la repercusión que merecen.



¡Feliz día, colegas mías!



Teenagers- Laura Gulino- Revista Intervalo.
















La Prisionera- Revista Intervalo. Laura Gulino- Armando Fernández.
















Ilustración: Martha Barnes. Serie "Pasional"- Revista Intervalo

miércoles, 5 de marzo de 2008

Aquel heroico cine argentino

A 100 años del estreno del primer film con argumento

El 24 marzo de 1908 se estrenaba la primera película con argumento de la cinematografía nacional. Se trataba de “El fusilamiento de Dorrego” del director Mario Gallo. De este mismo realizador se conocerían los cortos La Revolución de Mayo, La Batalla de Maipú, Guemes y sus gauchos, El combate de San Lorenzo y La Creación del Himno. Y nuestro cine, que sin duda conoció épocas mejores que las actuales, pudo atraer y gratificar a millones de espectadores con películas de enorme calidad técnica (para aquellos tiempos) y grandes actuaciones. Astros y estrellas de la categoría de Francisco Petrone, Enrique Muiño, Sebastián Chiola, Guillermo Bataglia, Eduardo Cuitiño, Hugo del Carril, José Gola, Olga Zubarry, Zully Moreno, Laura Hidalgo, Amelia Bence, Mirtha Legrand, etc (y solo por nombrar algunas de las grandes luminarias que supieron hechizar, desde la pantalla, a un público más que fervoroso).


Cine de Héroes

Los hombres y mujeres que sentaron las bases de lo que es hoy es nuestra nación, se vieron reflejados en nuestro cine en películas simplemente inolvidables. Allí están la monumental “La Guerra Gaucha” (1942) Dirigida por Lucas Demare, con guión de Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi sobre relatos de Leopoldo Lugones. Sus intérpretes principales fueron Enrique Muiño, Francisco Petrone, Angel Magaña, Sebastián Chiola y Amelia Bence.











Francisco Petrone en "La Guerra Gaucha"











Ángel Magaña, Enrique Muiño y Sebastián Chiola en "La Guerra Gaucha".













No menos grande resultó

Pampa Bárbara” (1945), verdadera epica de la lucha de los fortines contra el indio, dirigida por Lucas Demare y Hugo Fregonese, con guión de Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi, interpretada Francisco Petrone, Luisa Vehil, Domingo Sapelli y María Esther Gamas.







También “El tambor de Tacuarí” (1948), dirigida por Carlos Borcosque, e interpretada por Juan Carlos Barbieri, Ricardo Canales, Francisco Martínez y Norma Giménez revivió el heroico desempeño de Antonio Ríos, el valeroso tamborcito que alentó a las tropas del general Manuel Belgrano en el combate de Tacuarí.

La muerte en las calles“ (1952), dirigida por Leo Fleider, con guión de Abel Santa Cruz, y basada en una novela de Manuel Gálvez, fue interpretada por Carlos Cores, Zoe Ducós y George Rigaud y tiene el raro mérito de ser la única película sobre las invasiones inglesas de nuestro cine nacional (ahora que se han cumplido doscientos años de esos sucesos, tal noticia, lamentablemente, habla a las claras y lamentablemente, de la importancia que nuestros hombres de cine dan a la historia patria).






Zoe Ducos en "La muerte en las calles".



















Escena de "La muerte en las calles"









Nace la libertad” (1949) dirigida por Julio Saraceni e interpretada por Francisco de Paula y J. Warner, se centraba en el Exodo Jujeño. El triste conflicto de la Guerra de la Triple Alianza fue recordado en películas como “Su Mejor Alumno” (1944) Dirigida por Lucas Demare e interpretada por Enrique Muiño (en el papel de Domingo Faustino Sarmiento) y Angel Magaña, como su hijo Dominguito, quien cayó en la sangrienta batalla de Curupaytí. A propósito de ello, las escenas de la mencionada batalla resultan simplemente formidables, aún hoy. La otra película fue más reciente. Se trata de “Argentino hasta la muerte” (1971), dirigida por Fernando Ayala e interpretada por Roberto Rimoldi Fraga y Arnaldo André.

El también triste conflicto de la guerra paraguayo-boliviana fue afrontado en una película memorable (a mi modesto entender, una de las mejores películas bélicas de todo los tiempos, que he visto) llamada “Hijo de hombre”(1961) dirigida por Lucas Demare, con guión de Augusto Roa Bastos sobre su propia novela “Choferes del Chaco”. Fue interpretada por Olga Zubarry, el español Francisco Rabal, Carlos Estrada y el gran actor paraguayo Jacinto Herrera. Sencillamente un film imperdible. Dejo para el final y sin agotar en absoluto el tema, filmes sobre los grandes próceres de nuestra historia.




Jacinto Herrera y Olga Zubarry en "Hijo de Hombre".














Francisco Rabal (izq.) en "Hijo de Hombre".















Ellos son: “El santo de la espada” (1970) dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, con Alfredo Alcón en el papel del general José Francisco de San Martín. Es una película de grandes escenas (el cruce de los Andes, el combate de San Lorenzo) con excelente reconstrucción histórica.


Alfredo Alcón en el rol del General José de San Martín en "El Santo de la Espada".


El abrazo de San Martín y Belgrano en "El Santo de la Espada".







Otra es “Guemes, la tierra en armas”, también dirigida por Torre Nilsson e interpretada por Alfredo Alcon, como el gran caudillo salteño y Norma Leandro, como su hermana Macacha, en los principales roles protagónicos. “Bajo el signo de la Patria” (1971) dirigida por René Mugica, con Ignacio Quiróz en el rol del general Manuel Belgrano, creador de nuestra bandera y uno de los próceres más puros que dio esta tierra. “Juan Manuel de Rosas” (1972) dirigida por Manuel Antín e interpretada en el rol principal por Rodolfo Bebán, trazó el retrato del caudillo federal, que presidió un importante capítulo de la historia argentina. La reciente “Iluminados por el fuego” (2003) del director Tristán Bauer, interpretada por Gastón Pauls, ofrece escenas de combate de interesante calidad para nuestro cine y rinde un desgarrador y emotivo homenaje, a todos aquellos combatientes que lucharon por nuestras queridas islas Malvinas.