lunes, 24 de septiembre de 2007

Celebración del Día de la Historieta


La cita fue en un elegante restaurante criollo de Avellaneda, provincia de Buenos Aires y el motivo, la celebración del Día de la Historieta Nacional. Y allí estaban, entre otros, Sergio Ibáñez, Rubén Meriggi, Marcelo Basile, Walter Alarcón, Daniel y José Napoli, Marcelo Ciccone, Manuel Morini, Adrián Ruano, Enrique Di Cierbi, Daniel Frattini, Oscar Otero, Néstor Barrón, Manuel Pérez, A. Smilton y Armando Fernández (el que suscribe).


Muchos de ellos escribieron guiones e ilustraron series en la legendaria Editorial Columba, otros, como los hermanos Nápoli editaron La Bestia, revista del género de terror. Pero todos, absolutamente todos estábamos allí, convocados por el amor a nuestra historieta argentina.



El opíparo almuerzo, regado con buenos vinos tintos y blancos y pletóricos en brindis, por nuestra querida historieta estuvo plagado de anécdotas risueñas (y de las otras) y el recuerdo de grandes maestros que ya no están como Julio Alvarez Cao y Héctor Germán Oesterheld.


Quiero contarles que este almuerzo, que comenzó el año pasado, se está convirtiendo en un clásico y esta vez multiplicó la cantidad de concurrentes. Desde este espacio, hago votos para que el año que viene se multipliquen los concurrentes. A la Gran Historieta Argentina…¡Salud!

Historieta romántica: Imposible amor de verano (Armando Fernández - Percy Ochoa)

La historieta romántica en la revista Intervalo (segunda parte)









































El recuerdo del maestro Alberto Breccia

Hablar de la labor de don Alberto Breccia es referirse a la obra de un artista genial y todos los adjetivos que se pueden aplicar en ese sentido, son sólo simple palabras que no pueden abarcar la magnitud de su obra. Desde aquellas páginas de Patoruzito donde se hizo cargo de Vito Nervio (el “primer detective argentino” con su fiel ayudante Alí) que redactaba Leonardo Andrés Wadell e ilustraba Cortinas, que me hizo descubrirlo como lector. Es imposible reseñar en este espacio toda su fecunda labor historietística y de ilustrador. Pero allí están Sherlock Time, El Eternauta (para la revista Gente), Pancho López, Los Mitos de Cthtulu y por supuesto su más grande obra, Mort Cinder, el hombre de las mil muertes y las mil resurrecciones, creación literaria del incomparable Héctor G. Oesterheld, aparecida en Misterix de Editorial Yago, que ya son mojones inolvidables de su carrera. (Ilustraciones: Mort Cinder, capítulo "La batalla de las Termópilas", Oesterheld - Breccia).





Todas estas obras que leí con placer de joven, se me volvieron realidad cuando conocí a don Alberto Breccia, durante la Segunda Bienal de la Historieta realizada en Córdoba, organizada por la célebre revista Hortensia de ese otro genio mediterráneo llamado Alberto Cognini. Las delegaciones convocadas nos encontrábamos alojadas (por cuenta de la provincia, que por ese entonces daba una gran importancia cultural a nuestra historieta) en el Hotel del Automóvil Club Argentino. Allí, en el salón comedor, conocí personalmente al maestro Alberto Breccia y hablamos de historieta e ilustración durante un buen rato. Yo era, por entonces un joven profesional, ávido de escuchar al maestro y guardo como preciado tesoro, algunas fotografías de esos momentos de diálogo en suelo cordobés. Desde este espacio, entonces, me permito evocarlo respetuosamente, para darle gracias en nombre de varias generaciones de lectores que disfrutaron de su arte incomparable. Había nacido en Montevideo, Uruguay en 1919 y falleció en Buenos Aires en 1993. Don Alberto Breccia está para siempre en el selecto Olimpo solo reservado a los grandes.

viernes, 14 de septiembre de 2007

La historieta romántica en la revista Intervalo de Editorial Columba

Es un tema del cual los estudiosos de la historieta nacional poco o nada se han ocupado, simplemente por una cuestión de velado desprecio y seguramente de total o casi total desconocimiento del tema. Y no es precisamente menor, pues en la Editorial Columba la célebre revista Intervalo(en la cual tuve el honor y el placer de colaborar durante décadas) se publicaron miles de guiones de este tema tan caro a la sensibilidad de muchísimas lectoras y no pocos (aunque sean renuentes a confesarlo) lectores varones. Y eso es tan cierto, porque el amor y el romance son tan importantes como la aventura en la cual está inmersa la propia vida en que vivimos.




No pocas veces esos relatos románticos estaban impregnados precisamente de aventura, peligros y misterio. No todos los enigmas que plantea el amor debían resolverse necesariamente a puñetazos o tiros. Y si no, que lo diga el amplio espectro de lectores que seguía series como Cuentos de Almejas, escrito por el ese gran guionista olvidado de la historia oficial de la historieta, llamado Pedro Mazzino y ilustrado por Carlos Vogt, que también graficaba Mi novia y yo (un delicioso disparate en que Poopy y Tino, supervisados por el perro Tom vivían su romance). Gente de Blanco, escrito por José Luis Arévalo e ilustrado por Enio fue otro de aquellos clásicos donde, desde el ángulo de la medicina, se libraba la eterna batalla de los cuerpos y las almas.



Otras series de primer nivel fueron Helena, ilustrada por el maestro Ernesto García Seijas (para quien me tocó escribir varios capítulos) y Amanda, ilustrada por Alfredo Falugi. Ambas estaban redactadas por Robin Wood. O Ella, la Mujer, de Ricardo Ferrari y nuevamente Alfredo Falugi, Estas series, impecables desde el punto de vista de la imagen, eran inferiores en calidad literaria a las que cité en primer término. Asimismo, innumerables historietas unitarias mantenían mes a mes el interés de los lectores. Intervalo, de algún modo directa heredera de publicaciones como Vosotras, Para Ti, Nocturno, etc. donde en forma de cuentos y fotonovelas se mantenía el interés de nutrido público femenino.



La mujer en la historieta argentina


Pocas, lamentablemente pocas en número, las representantes del bello sexo supieron, sin embargo, dejar su impronta de calidad en un medio artístico masivamente dominado por artistas varones. Solo recuerdo un caso de guionista de historietas, la señora Francina Siquier, quien en la década de los sesenta redactaba los guiones de la serie Francisco Monterrey, que por ese entonces ilustraban en Intervalo Gerardo Canelo y Ernesto García Seijas. Otras reconocidas profesionales son la señora Martha Barnes, la señora Idelba Lidia Dapueto, las señoras Gisela Dester y Patricia Breccia (aunque la primera no trabajó para Columba), la señora Lucía Vergani y la señora Laura Gulino. Con algunas de ellas tuve el enorme placer de colaborar. Ilustración: La prisionera, de Armando Fernández y Laura Gulino.
















Curiosamente, el primer guión que vendí a Editorial Columba fue ilustrado por Martha Barnes (era una historia de cowboys y se llamaba “Tierras salvajes”). Posteriormente graficó series mías como La enemiga, Pasional y varias historias unitarias. Lucía Vergani ilustró muchos guiones unitarios míos y en cuanto a Laura Gulino, guardo para ella el mejor de los recuerdos pues formamos equipo en series como Teenagers, La prisionera y La Búsqueda, sin contar, por supuesto, las correspondientes historias unitarias. Vaya para todas ellas desde este espacio y pidiendo disculpas por alguna involuntaria omisión, el reconocimiento a su labor en sus tableros de dibujo o en sus máquinas de escribir, que los pseudohistoriadores de nuestra nacional omitieron y le negaron. Ilustración: La enemiga, de Armando Fernández y Martha Barnes.



Mi aporte a la historieta romántica argentina

Mi llegada al campo de la historieta romántica fue de algún modo, accidental. Uno de los grandes guionistas de Intervalo atravesaba una etapa de conflictos con Editorial Columba y sus directivos me convocaron para que escribiera este tipo de temas. Acepté el desafío y recuerdo haber escrito, en una primera etapa, unos cincuenta guiones de los cuales solo me fue rechazado uno. Fue un descubrimiento para la editorial y también para mí. Debo decir que el escribir sobre amores y romances me hizo crecer profesionalmente, Eso se vio reflejado en muchos cuentos (no guiones) publicados en Intervalo y también en un volumen de relatos románticos, editado por Columba llamado “Quince minutos de amor” con el pseudónimo de Virginia Lang. También en la fugaz revista Eleonora pude desarrollar algunos de estos relatos. Ilustración: Imposible amor de verano, de Armando Fernández y Ochoa.



Supongo que escribir desde el punto de vista de una mujer, siendo varón, es una tarea muy difícil, por la sencilla razón de que un hombre no piensa, siente o se expresa del mismo modo que una mujer. Se puede describir fácilmente a un héroe o a un villano o a cualquier otra clase de personaje. Pero hablar con certezas sobre lo que siente una mujer, no está reservado para cualquier escritor varón. Prueba evidente de esto, es que la gran mayoría de las heroínas creadas en historieta, tienen más de masculino que de su propia condición de Hijas de Eva y esto es, simplemente por incapacidad (y en muchos casos desinterés de los guionistas). Puedo recordar, con humor, como le preguntaba a mi esposa y a mis hijas como se vestía o maquillaba una mujer para poder relatarlo con la mayor verosimilitud posible.


Este tipo de preocupaciones profesionales, y el hecho de que, por razones pedidas por la editorial, de que muchas de estas historias debían elaborarse con pseudónimo femenino para que el público lector así lo creyera, lograba que una buena cantidad de cartas de lectoras llegaran a la redacción elogiando la labor de estas “escritoras”. Y no fui el único. Grandes guionistas usaban también pseudónimos femeninos para sus historias. Y si no, que lo digan, quienes se escudaban bajo los nombres de Cristina Rutdlinger, Paula Marín, Mara Nazarre, Alicia Monti y otros por el estilo. En mi caso, lo que tengo claro es que un verdadero profesional debe dar lo mejor de sí en busca de la aceptación y el respeto del público lector, que es el único juez de veredictos inapelables.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Cuento: Los valientes soldaditos de plomo (del libro "Papucho y la máquina de contar cuentos")

En cierto conventillo del viejo barrio de la Boca, vivía la familia Paez compuesta por Alberto, su esposa Susana y su hijo Carlitos de siete años. Los esposos Paez trabajaban duramente para poder subsistir. El era albañil y ella, doméstica por horas. Frecuentemente estaban fuera de casa, tratando de traer unos pesos para afrontar los gastos y el niño quedaba al cuidado de la abuela, doña Cora.


Carlitos ya tenía conciencia de que era un niño pobre pero como todo niño solía pegar su naricita a las vidrieras de las jugueterías, donde espléndidos juguetes electrónicos y multicolores parecían invitarlo a jugar.


Pero tales juguetes estaban lejos del poder adquisitivo de sus padres, de modo que Carlitos debía contentarse pateando una vieja pelota de fútbol en los partidos de potrero con sus amiguitos.


En el hogar ni siquiera había una TV color, solo un viejo televisor a blanco y negro, una verdadera antigualla, lo cual para estos tiempos, demostraba lo pobre que eran los Paez.


Pese a esto, Carlitos era un excelente alumno en la primaria, muy cuidadoso en sus estudios y muy dispuesto a aprender. No era lo que se dice "un traga" pero sí un buen estudiante.


Sin embargo, el mundo de Carlitos sufrió un cambio profundo el día que se ofreció a ayudar a don Cosme, el viejo zapatero remendón, a limpiar un sótano del conventillo en donde el viejecito guardaba cosas suyas. La artritis tenía a mal traer al anciano que le dijo:


-No puedo pagarte nada por la ayuda que me vas a dar pero alguna cosa que encuentres y te guste te la podrás llevar- Prometió el zapatero.


Así, el trato quedó establecido y Carlitos se puso a trabajar, ayudando a limpiar los muchos objetos que habían dentro del mal ventilado sótano. Desfilaron por sus manos, planchas, herramientas, vasos, botellas, zapatos viejos, etc que iba alcanzando al anciano, él que a su vez, los guardaba en cajas de cartón. El lugar estaba iluminado por una mísera bombita de luz y ambos trabajaban sin pausa.


De pronto, Carlitos tropezó con una roída caja de cartón, que al ser tomada, se sintió bastante pesada. Hubo chillidos y roces de metal en su interior. El aguijón de la curiosidad pinchó al niño, que la abrió.


Y al hacerlo, quedó maravillado.


¡La caja estaba repleta de soldaditos de plomo!


Carlitos, como hipnotizado tomó uno de ellos. Era un granadero montado a caballo blanco y sable en mano, como esos de San Martín que cruzaron Los Andes, que él había visto en láminas y también dibujado en la escuela. Y había también Patricios y algunos Blandengues y tres pequeños cañones de campaña.


-¿Qué tenés ahí?- Preguntó el viejecito, acercándosele.


Carlitos le mostró el contenido de la caja. El viejo vió el brillo en los ojos del niño y sin decir palabra tomó la caja, la cerró pero no la guardó. La puso aparte.


Terminaron y todo quedó en orden.


-Bueno, trabajaste y te ganaste tu paga- Dijo don Cosme.


Carlitos lo miraba pero no decía nada.


El remendón tomó la caja y se la ofreció.


-Estos juguetes fueron de mi hijo. Ese soldadito que tomaste, el granadero que tiene la cara despintada, se llama general Mateo. Por lo menos así lo llamaba Esteban, mi hijo y era el jefe de todos...


Luego el viejecito le entregó la caja. Carlitos estaba tan emocionado que casi quería llorar. Apretujó la caja contra su pecho y salió corriendo hacía los cuartos que ocupaba su familia en el inquilinato.


A partir de allí, aquel heterogéneo puñado de antiguos soldaditos de plomo formó parte indisoluble de su infancia.


Carlitos no se cansaba de jugar con ellos, desplegándolos como si fueran batallones. Los tenía contados. Eran ciento cincuenta y tres. Los había mejor y peor conservados. Algunos, como veteranos combatientes de pasadas batallas, no tenían piernas o brazos y no faltaba el que había perdido la cabeza pero se mantenía orgullosamente de pie.


La mayoría de aquellos uniformes estaban percudidos y despintados pero en el caso de Mateo, el orgulloso granadero a caballo, solo su cara lucía el bruñido del plomo.


Era probablemente el que mejor estaba conservado y Carlitos lo hacía encabezar los desfiles.


El niño era muy celoso de sus tropas de metal y no las compartía con ningún otro chico.


-Este chico va a ser militar- Decía su padre medio en serio y medio en broma, al verlo tan apasionado en sus juegos.


A traves de los soldaditos, Carlitos se interesó más y más en la historia argentina, preguntando a su maestra y leyendo todo lo que su capacidad de niño le permitía. Carlitos amaba a su ejército de soldaditos de plomo y sin que este lo supiera, sus soldaditos lo amaban a él, pues jamás los dejaba tirados luego de jugar, como frecuentemente suelen hacer otros niños con sus juguetes.


Todos eran puestos en una caja (no la que yacían antiguamente, sino otra más grande, nueva y confortable donde los soldaditos se sentían más cómodos y menos apretujados) Por estas y otras razones los soldaditos, consideraban a Carlitos su jefe indiscutido.


De modo que cuando todos dormían, los soldaditos abrían la tapa de la caja y salían sigilosamente (como buenos soldados que eran) de allí. Se reunían y celebraban consejos de guerra y discutían a viva voz sobre diversos asuntos. No había peligro de que los seres humanos escucharan tales voces y por eso podían hablar sin cuidarse de ello. De lo que sí tenían que cuidarse era de ser sorprendidos fuera de la caja, si alguién de los humanos se levantaba imprevistamente y aparecía por allí, pero habían tomado prevenciones para ello, pues en todos los puntos estratégicos Mateo, el granadero a caballo, había dispuesto guardias y centinelas que inmediatamente darían el aviso.


Y ese alerta se dió desde el primer día en que los soldaditos llegaron a la vivienda de la familia Paez. Porque había intrusos. ¡Vaya si los había!


Los soldaditos habían estado encerrados por largos años, dentro de la roída caja de cartón, ignorantes del mundo exterior. Al abrir la tapa, Carlitos los proyectó nuevamente al mundo de la luz y esa era otra de las cosas que no cesaban de agradecerle.


El asunto es que la casa estaba poblada de intrusos. Intrusos agresivos y repulsivos. Desde arañas, pasando por alguna que otra rata...y cucarachas.


El primer encuentro que los soldaditos tuvieron con uno de esos intrusos fué con una rata enorme y nauseabunda, surgida de las cloacas y la oscuridad.


Ante tamaño monstruo, los soldaditos tuvieron un instante de temor y cerraron filas erizados de fusiles y bayonetas. Los tres artilleros que había, aprontaron sus estopines dispuestos a abrir fuego con sus cañones, sobre el adversario pero este se retiró.


Luego, cada tanto los centinelas informaban del paso de legiones de cucarachas, más numerosas que la centena y media de efectivos de plomo que comandaba Mateo, el granadero de caballo.


-¿Cuáles son sus ordenes, mi general?- Le preguntaban ansiosamente.


Pero Mateo vacilaba.


-No soy el comandante en jefe. Todos saben que es Carlitos. Si él nos diera la orden, daríamos batalla a los intrusos- Decía a sus tropas.


Y así, sin órdenes precisas, todos, granaderos, patricios y blandengues y demás, aferraban sus sables y fusiles contentándose, angustiados, con ver pasar al insolente invasor por los pisos de madera, la cocina, los dormitorios y todos lados. Es que literalmente, la casa estaba tomada por los repulsivos bichos.


Los intentos de Mateo por comunicarse con Carlitos resultaban vanos y la frustración invadía al regimiento entero.


Realmente las cosas no podían seguir así. El invasor se paseaba a sus anchas por la casa y los uniformados de plomo estaban al borde de la desesperación, cuando una noche sucedió algo que lo cambió todo.


Carlitos había terminado de hacer su deberes y Susana, su madre, estaba cocinando. Su padre acababa de salir del baño luego de ducharse, después de un arduo día de trabajo en un andamio.

Para su sorpresa, Carlitos descubrió a Mateo en la mesa, a lomo de su caballo ante él. El niño lo miró extrañado y lo tomó en sus manos. Había estado jugando con sus soldaditos y estaba seguro de haberlos guardado a todos en su caja.


Esto era efectivamente lo que había sucedido. Pero lo que ignoraba Carlitos era que Mateo, en un intento desesperado por establecer comunicación con su comandante en jefe, había salido de la caja para ir hasta él y solicitarle órdenes. Sin que el niño, absorto en sus cuadernos lo advirtiera, el granadero a caballo había llegado hasta él, para hablarle.


Le había hablado y pedido órdenes a los gritos pero Carlitos no le escuchaba. Ahora, el niño lo había descubierto y lo tenía en sus manos, mirándolo con ojos extrañados.


Entonces sucedió lo que cambió la situación.


Susana, su madre dió un grito.


Una horrorosa y enorme cucaracha había salido de detrás de un plato.


-¡Que asco, Dios mío!- Gimió fuertemente la mujer tratando de aplastar al insecto sin conseguirlo pues este, a pesar de su corpachón, era bastante agil y eludió el golpe de la mujer, escabulléndose prontamente.


-¿Qué pasa, mami?- Preguntó el niño llegando hasta ella, con su soldadito de plomo en mano.


-Una cucaracha. La casa está infestada de ellas. Están por todas partes...- Susana casi se pone a llorar. Era una ama de casa muy limpia y prolija pero sus vecinas no lo eran tanto y ella sola no podía contra todas esas sabandijas que cada vez se mostraban más audaces.


-Son un ejército de bichos...No se puede hacer nada contra ellos...-Murmuró Susana desalentada y mordiéndose los labios.


-¿Ejército...?


-Sí, eso dije, querido. Muchos más numerosos que los soldaditos que tenés.


-Pues mis soldados podrían combatirlas, mami- Afirmó el niño.


-Ah ¿De veras que harían eso? Yo se los agradecería mucho- Respondió la mujer en broma.


-Sí se lo ordeno, lo harían. Son soldados valientes y no le temen a nada- Su madre lo miró con ojos cansados y suspiró.


-Pues si tus soldados las echan de aquí, yo te prepararé una torta de nueces.


-¿Lo dices en serio?- Su madre sonrió y lo miró a los ojos.


-Palabra de mamá- le dijo al niño.


-Bien- Aquí Carlitos miró al granadero a caballo que tenía en su mano y le susurró:


-General Mateo. Ya tienes tus órdenes- Mateo casi se cayó del caballo de pura alegría. Era todo lo que necesitaba.


-Pon ese soldadito de plomo en su caja y quita los cuadernos de la mesa que vamos a cenar- Dijo su padre.


Esa noche, cuando la familia Paez dormía, los soldaditos de plomo salieron nuevamente de su caja.


Mateo anunció que ya había recibido órdenes del comandante en jefe y todos, alborozados, dieron fuertes vivas, blandiendo sus sables y fusiles.


-Es necesario diseñar estrategia y tácticas para dar batalla al invasor, mi general- Dijo un oficial de Patricios.


-Eso se hará- Afirmó resueltamente Mateo, que había desmontado de su caballo.


Hubo pues una reunión con el estado mayor donde cada uno aportó sus ideas. La discusión insumió largas horas y las primeras luces del amanecer alumbraron el acuerdo a que se había llegado. No había tiempo para nada más y se convino en desatar las hostilidades a la noche siguiente.


Todos rogaron que en la nueva jornada, Carlitos, su comandante en jefe no les diera fajina (jugar con ellos) pues iban a necesitar de todas sus fuerzas para el combate. Y alguién debió haber escuchado sus ruegos, pues el chico llegó de la escuela con muchos deberes que hacer y esa tarde no abrió su caja de preciados juguetes.


Llegó pues la noche, con su negro manto de sombras y los uniformados de plomo salieron nuevamente de su caja.


Conforme a los planes establecidos, Mateo distribuyó estratégicamente sus fuerzas potenciando al máximo sus recursos. Los artilleros fueron colocados en las alturas desde donde se podría batir al enemigo.


Todos aguardaron, expectantes.


Y el enemigo apareció. Legiones de ellos. Repulsivos, insolentes y atrevidos como siempre.


El general Mateo enarboló su sable y ordenó abrir el fuego.


Tronaron los diminutos cañones y el grito de la infantería resonó en los vericuetos de la casa. Granaderos, Patricios y Blandengues se lanzaron sobre el invasor. La lucha fue rápida y cruenta y el factor sorpresa, vital.


A las pocas horas, los invasores se habían retirado dejando en el campo de batalla a numerosos de los suyos. Un soldado músico tocó una diana de triunfo con su clarín y todos celebraron.


Hubo otros combates posteriores y todos coronados de victorias que convencieron al invasor de lo peligroso que era pisar ese terreno. Como resultado de estas valerosas acciones, las alimañas desparecieron progresivamente del hogar de los Paez.


El general Mateo hizo redactar el parte de la victoria a uno de sus oficiales, lo que equivale a decir que tal glorioso parte se convirtió en la más preciada memoria del regimiento.


Pero el general Mateo, sin embargo, nunca se durmió en los laureles y sus centinelas permanecieron siempre alertas y vigilantes. Algún que otro intruso que intentó colarse, lo pagó muy caro. En consecuencia cucarachas, arañas y roedores emigraron prudentemente a otros sitios. La casa de los Paez quedó finalmente limpia de bichos.


-¡Esto es maravilloso!- No cesaba de decir Susana, al descubrir a cada tanto a algún que otro insecto misteriosamente aniquilado.


-Mamá... ¿Y la torta de nueces para cuando?


-Es cierto. Te lo prometí y las promesas deben cumplirse, hijo.


Y Susana Paez que era un excelente cocinera, se esmeró aquella vez para la elaboración de la referida torta.


El tiempo pasó, Carlitos dejó de ser niño y se hizo hombre.


Pero todavía conservaba en su casa al orgulloso general Mateo, montado en su caballo blanco cuando, como suboficial del Ejército Argentino, ganó una medalla al valor por haber combatido heroicamente en las Islas Malvinas.


Mario Schiraldi ilustrador, historietista y colorista. Coloreó el volumen "Al grito de Santiago" sobre las Invasiones Inglesas y un volumen próximo a aparecer sobre la Guerra de las Malvinas. En Editorial Columba publicaba la tira humorística Lucas en la revista Intervalo.


martes, 4 de septiembre de 2007

Reportaje a Sergio Ibáñez por Sandra Pien

Es de la generación de aquellos que después del colegio, desde la hora de la leche y hasta la hora de la cena, dibujaban y dibujaban. De la época en que el dibujo y el potrero iban juntos de la mano en los chicos. Tan natural para Sergio Ibáñez es dibujar.

Y dibuja de todo, hace historieta y humor gráfico. Algunos sostienen seriamente que a un diario “hay que entrarle” por atrás para verdaderamente leerlo. Es decir, comenzando de atrás para adelante, primero leer y disfrutar de la página de los chistes, que son los que expresan sin tapujos la realidad, con humor e ironía. Veamos por ejemplo, el diario La Nación. Desde su así titulada Ultima página entramos a lo que por costumbre se denomina “la página de los chistes”. Ahí, bien arriba, desde hace once años está presente el cuadrito de humor de Sergio Ibáñez titulado Metahumorfosis. También es profesor en Letras, recibido en el Mariano Acosta, aunque ya no ejerce. Durante años fue uno de los dibujantes del plantel de la editorial Columba, aquélla que precisamente publicaba las historietas que él leía de chico, que llegó a tener un tiraje semanal de más de cien mil ejemplares.
Ibáñez es un tipo de barrio; buen tipo se lo ve, muy porteño, recién entrado en la cuarentena, influido por el rock y la historieta. Para hacerle honor al barrio, dialogamos en la tradicional confitería Las Violetas, de Rivadavia y Medrano; con el fondo de sus bellos vitreaux.

-Contame, ¿por qué la historieta?

-Mirá, no te lo puedo explicar porque fue algo absolutamente natural; no recuerdo ni el día que descubrí la historieta. Cuando mi viejo traía el diario, yo leía las tiras, y junto con el diario comenzó también a traer El Tony y D´Artagnan, que en ese momento estaban en casi todos los hogares. Y me acostumbré a leer historietas, desde los 6 años; a partir de allí nunca la abandoné.

-Pero hay un proceso diferente en cuanto a leer historietas y elegir la profesión de dibujante, ¿la elegiste o ella te eligió a vos?

-No sé, porque a dibujar también empecé desde muy chico, recuerdo que hice una historieta en el jardín de infantes. Y nunca corté ese lazo en ambos casos; nunca dejé de leer historietas y nunca dejé de dibujar, desde chico. A los diez u once años empecé a estudiar dibujo, en las academias Pitman. Ya estando en la secundaria, empecé a conocer el mundo editorial, a saber que se puede laburar de eso, que se vive de eso... aunque no sé si ahora se vive de eso; en esa época, sí. Y bueno, a veces esas cosas que se cruzan en la vida; mi segundo profesor en la Pitman era un tipo muy capo, que fue profesor de dibujantes muy importantes; se llamaba Julio Jáuregui y fue profesor de García Seijas y de Zaffino.

-¿Cómo mezclaste historieta y literatura?

-Creo que la historieta es un muy buen vehículo para acercarse a la literatura. Pero es diferente de la literatura, porque ya a esta altura tiene contenido y características bien propias. Lo paradójico es que lamentablemente cuando acá nos damos cuenta de eso, no tenemos más industria de la historieta, no hay más publicaciones. Vos vas al kiosco y no hay historietas argentinas; podés comprar manga japonés, comics norteamericanos, pero no nacionales. Porque, claro, leer en su momento a Oesterheld era como leer a Bioy Casares, sino más, por la enorme influencia masiva de la historieta.

-¿Cómo fueron tus inicios?

-Comencé laburando con Jorge Zaffino, ayudándolo en sus entregas para Columba. Estuve a su lado dos o tres años, aprendí con él muchísimo, y después me largué solo. Luego tomé contacto y comencé a colaborar con un editor que acá sacaba las revistas Skorpio y Tit Bits, que fue y es mi conexión con Italia, y sigo aún trabajando con él. Lo que hago en historieta hoy lo vendo en Italia. Te digo que es sorprendente, estuve allí en 2002, los kioscos tienen un tercio de revistas de historietas italianas, porque ahí está vivo el género; y hay un sector importante de historietas argentinas. Esa es nuestra mayor paradoja. Lo extraño es que sigue funcionando como historieta argentina que se vende afuera, no es que nos amoldemos al gusto francés o al italiano; no, hacemos historieta argentina. No nos adaptamos, seguimos haciendo lo nuestro y eso tiene mercado.

-¿Y en Columba?

-Allí empecé muy rápido a hacer series. Con el primer guionista que trabajé fue con Jorge Morhain, hicimos una serie con personajes norteamericanos; luego con Ricardo Ferrari hice Dimitri, un zar ruso, y después trabajé con todos. Con Armando Fernández hice varias series: El imperio de las tinieblas, XX; después heredé muchas series históricas de Columba, como El Cosaco, Wolf y hasta Nippur de Lagash; fui el último dibujante de Nippur.

-De leerla a ser el dibujante, ¡qué bueno!

Sí, fue rarísimo, y fantástico. Porque Nippur en cierta forma es el ícono de Columba, además de una historieta maravillosa; sus primeros cinco años son de antología. Nos marcó a toda una generación, estaban escritos por Robin Wood, que sin duda fue el heredero de Oesterheld; no es que fuese una línea directa, pero en la historieta argentina es su continuador.

-¿Podemos hablar de una identidad propia de la historieta argentina?

-Sí, tiene una identidad muy especial, definida por la humanidad del personaje, las reflexiones del personaje. Podríamos decir que en Oesterheld los héroes son más comunitarios, siempre hay sociedades de personajes; en cambio Robin Wood tenía protagonistas más solitarios. Sí, nuestra historieta tiene sello propio, sin duda. Porque si bien tenemos una larga trayectoria, casi 100 años, Oesterheld fue quien por cierto la definió, la marcó. Podemos decir que fue un hito, hay un antes y un después de Oesterheld en la historieta, la caracterizó definitivamente como argentina. Justamente, ahora estoy participando en un homenaje que se le está realizando en la Biblioteca Nacional (ver recuadro a la izq.), algo interesantísimo, porque además de los trabajos de Oesterheld, los organizadores nos pidieron a los dibujantes que hiciéramos tapas de Hora Cero, la mítica revista de historietas de los ´50, que fue el comienzo real de una línea propia


REPORTAJE DE SANDRA PIEN

JEFA DE SECCION CULTURA DE LA REVISTA SOLDADOS. LICENCIADA EN LETRAS POR LA UBA. GENTILEZA REVISTA SOLDADOS NUMERO 136/ JULIO/AGOSTO 2007

Ibáñez por Ibáñez

Un soñador llamado Rubén Meriggi

Puedo decir algo definitivo sobre Rubén Meriggi: siempre fue un artista distinto. Un soñador de mil mundos fantásticos, que bullían sin tregua en su cabeza. Abriendo el baúl de los recuerdos, hago memoria y veo a un jovencito que venía por las tardes a mi casa y me confiaba sus sueños y sus ganas de crear cosas que por ese entonces, sólo él podía ver. Comenzó en Editorial Columba en 1976 y la primera serie que lo tuvo como titular fue Wolf, que por entonces yo escribía, pues la había heredado de Robin Wood.





Más tarde nos reencontramos en Rodwin de las Galias y en Ciborg, para la revista Nippur Magnum. Claro que su primer gran éxito, que lo pondría en el camino de su verdadero estilo artístico fue Crazy Jack, en las páginas de D'Artagnan. Después vendrían trabajos internacionalmente consagratorios para Italia y EE.UU. (Eura Editoriale, Marvel Comics, etc.) pero no alcanza este espacio para hablar de lo que es bastante conocido por los "fans" del género.





Dibujante, ilustrador, director de arte de la Editorial Thalos, profesor de dibujo, realizador y coordinador de innumerables muestras de nuestro querido comic nacinal, supo ganarse con su labor y su eficaz accionar la admiración y el respeto de quienes lo conocen. Este volumen que se pone a consideración del público es un nuevo jalón de su exhuberante creatividad. Los invito a disfrutarlo, ilustración por ilustración, página por página. Es un regalo quien se hará a sí mismo quien tenga la fortuna de poder acceder a la obra de este creador, cien por ciento argentino.







En cuanto a mí, hay algo que me alegra y es que aquel joven artista, ávido de mundos fantásticos y superhéroes, sigue habitando en el espíritu de Rubén. Y el talentoso profesional que es hoy continuará plasmando en fulgurantes ilustraciones, y para deleite de todos, esos mundos de maravilla con los que el amigo que conocí hace treinta años no ha cesado de soñar.






Prólogo para el sketchbook "Rebelión" de Rubén Meriggi, Editorial Thalos, 2007.