domingo, 10 de junio de 2007

El cuento del mes: Cinco minutos de amor, Virginia Lang (Revista Intervalo, Colección Sentimientos, Cinco minutos de amor y otros cuentos, Enero 1997)

Las mujeres venimos en todos los tipos y todos los tamaños. Tenemos variados colores de piel y de cabello. Somos altas y bajas, gordas y flacas. De busto generoso o chatas como tablas de náufrago. Es como sino perteneciéramos a la misma especie debido a la varidad que hay.

Somos inteligentes o tontas, valientes o cobardes, ingenuas o avivadas. Temperamentales o timoratas. En fin, la lista sobre lo que somos podría llenar varias enciclopedias.

Sólo nuestro sexo nos une, nos hermana.

Y verdaderamente lo que entimos cuando nos enamoramos de un hombre es lo que nos iguala.

Cuando nos metemos con patas y todo, como decía la malhablada de mi abuela.

Cuando nos convertimos en esclavas del amor.

A todas nos pasa o nos pasó alguna vez. A la que no le pasó, buena, a ésa le falta algo; no sé si bueno o malo, pero le falta algo.

La que no contó las horas esperando ver al que la tiene loca, la que no creó mil monstruos de celos en su mente preguntándose por qué "él" tardaba en aparecer, la que no lo cubrió de besos (y reproches) cuando lo estrechó contra sí.

A ésa le falta algo.

A ésa que no vivió (aunque no fuera por más de cinco minutos) un gran amor, el gran amor de su vida, aunque luego ese amor se hciera humo, como el genio de la lámpara de Aladino esfumándose después de cumplir los tres deseos.

A ésa le falta algo. Siempre le va a faltar. Siempre va a sentir un hueco en su vida.

Un hueco pequeño y grande a la vez.

A ésa que no la miraron y se la comieron a besos, a ésa que no la miraron y la hicieron sentir (aunque no fuera por más de cinco minutos) el centro del Universo.

A ésa siempre le va a faltar algo. Aunque lo niegue y lo oculte tras una sonrisa triste y cambie de tema.

Y a muchas, ese gran amor les falta porque no se atrevieron a vivirlo de pura cobardía nomás, como volvía a decir la malhablada de mi querida abuela.

Yo soy una mujer, una de tantas y aquí estoy, saliendo del ascensor y sacando una llave de mi cartera. Sintiendo que se me seca la lengua.

Es la tercera vez que me detengo frente a la puerta del departamento de Ramiro.

Que hago girar la llave en la cerradura. Que entro despacio, como una ladrona y enciendo la luz y me quedo quieta, muy quieta. Como una niña que teme ser sorprendida y castigada.

Estoy en silencio oyendo los ruidos lejanos de la calle aquí en el piso doce.

Casi en puntas de pie me acerco a la ventana y veo las primeras luces de la calle que comienzan a encenderse. También el parque se ilumina. Será una tibia noche veraniega. La última y auténtica noche de amor que voy a tener en mi vida. Lo sé. No me pregunten cómo es que lo sé, pero lo sé. Y basta para mí.

- Paula...

La voz hace que me vuelva despacio. Él está allí, bastante sorprendido de verme.

- No creí que después de lo que pasó el miércoles... ibas a volver... -agrega.

- Te quiero, Ramiro. Me causaste un dolor pero yo sabía que iba a ser así... yo lo sabía... ¿entendés? -le digo todo esto mientras lo estrecho contra mí y apoyo mi cabeza en su pecho. Oigo latir su corazón desbocado.

Me place que eso suceda, me place que el perfume de mi piel lo descontrole.

- Paula, yo te quiero explicar...

- No tenés nada que explicarme... ya lo sé todo. No soy de las que se engañan... sabía que iba a suceder... y sucedió. Sabía que no tenía que enamorarme de vos... y también sucedió, no tenía que hacerle caso a mi corazón... pero no pude.

Juego con su cabello, se lo desordeno.

- Paula...

Lo beso en la boca, primero suave, después la suavidad se vuelve lujuria y quisiera morderlo y devorarlo. Quisiera pegarle una patada en el trasero a la vida, pero la vida se ríe. La vida que se ha dignado concederme ese momento, esta noche que se viene sobre Buenos Aires.

Y yo voy a aprovechar este momento. Lo voy a robar para mí, si es necesario.

Lo voy a guardar en un cofre inviolable dentro de mis recuerdos y cuando me sienta triste, sola y abandonada como una gata voy a abrir ese cofre y saborearé este beso. Este beso será siempre mío. Hasta que cierre los ojos y vaya a tocar el arpa allá arriba donde ya no tendré las urgencias de la carne, del deseo ni el hastío de la soledad...

- Escuchame, yo...

- Dame esta noche, Ramiro. Dámela toda para mí, con sus horas, sus minutos y sus segundos. Déjame sentir la mujer más bella del mundo, la más amada, la más codiciada, la más exquisita...

Ojalá que no vea las lágrimas que me están brillando en los ojos.

Ojalá que no tenga lástima de mí. Porque si la tiene no va a ser amor sino piedad lo que podrá ofrecerme. Y de esa mercadería tengo mucha en mi alma.

- Siempre vas a ser la mujer de mi vida, Paula...

- No te burlés... por favor, no te burlés...

- No, no me burlo. Si algo que jamás haría es eso. Burlarme... Yo... yo te dije la verdad. Que tenía novia, cuando nos conocimos...

- Y yo no quise saber sobre ella, ni como era ni nada de nada. No, no me engañaste. Quedate tranquilo. Sólo que cuando te vi en aquella confitería con ella, por accidente, supe que todo terminaba...

- No quiero que termine... no quiero, Paula... -me suplica.

Y como un loco se pone a desabrocharme el vestido. Hambriento de mí.

Como una loca lo beso en el cuello, muerdo su oreja. Me levanta en vilo y medio desnuda me lleva para su cama. Esa cama donde estuve ya dos veces.

Ésta será la tercera, la vencida.

Terminó la fiesta, Paula. Terminaron las ilusiones. Esta fruta no es para vos.

Lo va a llevar otra, espero que lo merezca por lo menos. Siempre deseamos lo mejor a quienes amamos de verdad. Y yo amo a Ramiro.

Es el amor de mi vida. Pero lo encontré tarde. Muy tarde...

Apenas pude darle unos mordiscos a la fruta generosa de su hombría juvenil.

Oh, esta noche va a correr como un relámpago.

Cada minuto, cada segundo cuenta. Y no lo voy a perder. Mañana tendré tiempo para sentirme como una desvergonzada, como una cualquiera. Mañana me lamentaré y lloraré a moco tendido por los rincones.

Mañana. Pero no esta noche.

Esta noche es mía, por Dios.

- Paula...

- Me tengo que ir, Ramiro. Lo sabés bien... -le digo mientras termino de abrocharme el vestido.

- ¿Por qué?

- Porque debe ser así... -murmuro-. Le robé algo a alguien, a tu novia, creo... pero la vida me robó muchas cosas más a mí.

- No, no te vayás. No te voy a dejar ir, si no me prometés que vas a volver...

Ramiro está como un chico desesperado.

- Tengo cuarenta años, Ramiro... y vos tenés veinticinco...

- ¿Qué me importa? Sos la mujer más hermosa del mundo...

- ¿Con la luz apagada y todo el hambre de la carne en una noche por delante...? Gracias por decirlo.

- Paula...

- Soy muy vieja para vos, Ramiro. Vieja, ¿entendés? ¿Te creés que no me he insultado a mí misma al mirarme al espejo? Sólo tengo mi trabajo y una gata que maúlla de hambre cuando tardo de más en volver a mi departamento… Ésa es la realidad.

Baja la vista. Mi hombrecito, mi muy querido. Tal vez yo lo consolidé como varón en estas noches que tuvimos. Qué orgullo, Paula. Qué hermoso.

- ¿Nunca más, entonces…?

- No, nunca más. Si tu novia descubriera que te acostás con una vieja como yo, quién sabe lo que pasaría entre ustedes. Y vos te vas a casar con ella, lo sé.

- Paula… -balbucea y no encuentra palabras.

- Chau, Ramiro. Cuidate mucho y no cometas el pecado de no ser feliz.

Lo beso en la mejilla, suave. La pasión de la carne se ha apagado después de toda una noche como la que disfrutamos.

- Paula, esperá… -me alcanza a decir.

Cierro la puerta tras mío y me voy rápido. Sabiendo que jamás voy a volver…

Está amaneciendo y yo camino por las calles vacías de gente. Claro, es domingo…

Los domingos por la mañana son los días más solitarios del mundo, siento como si la ciudad estuviese desierta.

Bueno, vacía, no. Hay un anciano paseando a su perrito en la plaza.

¿De qué me voy a quejar ahora? De nada.

He vivido el gran amor de mi vida. Por un ratito, por cinco minutos, si se quiere.

Ya no estoy incompleta. Ya no me falta nada. Voy a poder entender a alguna compañera más joven en la oficina cuando me cuente sus cuitas sentimentales, por ejemplo.

Voy a poder destapar mi cofre de recuerdos y revivir el sabor de aquel beso de un Ramiro joven y viril que me amó con pasión y locura.

Y cuando tenga esos momentos, sabré que no viví en vano.

Que mi vida no fue sólo una sucesión de momentos vacíos.

Que hubo tres maravillosas noches.

¡Oh, gloriosos cinco minutos!

Cinco minutos que justifican todo el tiempo muerto restante.

Es más de lo que infinidad de mujeres van a gozar y tener en su perra vida.

Mucho, muchísimo más…

¡Qué solitarios son los domingos por la mañana temprano en esta bendita Buenos Aires…!

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